El comité de bienvenida se inquietaba. El pueblo diluía la solemnidad ceremonial en un mar de rumores. Los tambores festivos habían callado y los niños entretenían la espera improvisando juegos. El cacique fulminaba con su mirada al responsable del protocolo, que se encogía de hombros sin dejar de otear el horizonte caribeño. Al fin encontró una salida a su angustia: «¿Y si es mejor para nosotros que al final no hayan venido?». El cacique se quedó absorto en el dilema mientras el amanecer de aquel sábado, 13 de octubre de 1492, discurría apacible en las playas de Guanahani.