Mi hija me convenció de que instalara en casa una cámara de vigilancia conectada a su móvil. Por seguridad, me dijo, ya que te empeñas en vivir sola. Le contesté que vivo sola por la misma razón por la que no quiero cámaras: mi intimidad. ¡Pero yo me quedo más tranquila! En mala hora cedí a su chantaje. ¿Y a ti te gustan esos programas?, ¿y esas cosas hablas con tus amigas?, ¿y por qué lees revistas de cotilleo? Siento su ojo cuidador permanentemente en mi cogote. Ya no puedo hacer nada de lo que me gusta. Me voy a morir de aburrimiento. Pero, vamos, con toda seguridad.