Creaba, sudaba tinta natural con la que hackear tragedias y parchear finales. En su laboratorio más íntimo sintetizaba mentiras de las buenas y antídotos contra las malas. Payaseaba grandezas y miserias soñando compensarlas con su magia. Una tarde, finales de junio, le emplazaron. Él acudió confiado, como era, al callejón oscuro donde le esperaban. Dame solo quince días —le propuso— y te escribo algo que te hará reír. El otro respondió A mí qué me importan tu brillo y tus juegos, yo soy la gravedad, no sé leer, no sé reír. Y cerró de un portazo la vida en su hermosa nariz roja de payaso.