Ya de noche, se cruzó con un tío de aspecto inquietante; lo mismo debió de pensar el otro, porque los dos se miraron de reojo. Poco después caminaba detrás de una muchacha que al sentir sus pasos se cambió de acera sin dejar de mirarlo de reojo. En el portal, un vecino le saludó de reojo. Entró en casa y su gato, que ronroneaba tras la puerta, le consoló de tanto humano mosqueo. Llamó a su pareja por toda la casa, pero no contestaba. La encontró en el dormitorio sorprendida: no le esperaba tan temprano. Aunque no tenía motivos, él buscó sus miedos por todos los rincones del cuarto. De reojo.