UNA MÚSICA SEDOSA mecía las caderas entre risas, charlas y sorbos a un vino de exquisita calidad. Todo encajaba como un tetris de gomaespuma: modales educados, miradas francas, alguna mórbida sugerencia… Acepté la invitación del camarero de tomar de la bandeja un canapé y cuando volví a la conversación, ella había desaparecido. Miré a mi alrededor. De golpe todo era vacío y silencio: estaba solo en mitad de una fiesta fantasma. Mi cabeza no asumió la bofetada del absurdo y caí desmayado. Por la mañana, me asomé al espejo para confirmar mi aspecto resacoso. Al otro lado del espejo no había nadie.