LEVITA, CASI FLOTA. La emoción suda en la palma de sus manos, aunque le pellizca por dentro deberle el éxito a la tragedia. Si no hubiera aparecido el virus, la habría engullido la rutina de un contrato temporal más, otros seis meses con fecha de vuelta a la noria del paro. Y sin embargo aquí está ahora, protagonista junto a otros sanitarios a quienes el presidente elogia dando voz al aplauso de la ciudadanía. La tarde se ensancha, la ceremonia se infatúa de palabras rimbombantes: héroes, mártires, salvadores. El presidente cuelga en el cuello de cada uno una medalla y le entrega una placa ostentosa. Cuando llega a ella, pone en su mano, además, la auténtica recompensa, un sobre con un contrato indefinido a su nombre, una plaza en propiedad de por vida, un verdadero sueño. Con los ojos aún cerrados, escucha a los mirlos cantarle al frescor del alba.