TARDE OCIOSA de verano. Seis o siete muchachas ocupan la acera de lado a lado y avanzan como una falange de guerreras adolescentes. Camisetas holgonas, sandalias de coturnos y pantalones mínimos acogotándoles las ingles. Visten como mujeres, pero se desenvuelven como las niñas que aún son, como si sus miembros no hubieran asimilado todavía las instrucciones para moverse con garbo. Todas mascan chuches entre sentencias del tipo «El mundo no necesita a los hombres, pero se acabaría si no hubiera mujeres», que dice una, a lo que otra añade: «Pues un estudio ha descubierto que se puede sacar semen de la médula del hueso, ahora sí que no necesitamos a los hombres para nada». Como remate del disparate, se les cruza un chulazo jovencito, las guerreras enmudecen, se hacen señas y dejan de masticar. Moraleja: saca tú las conclusiones, que yo todavía me estoy riendo con la cuestión medular.