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El precio de una medalla

Como aperitivo de lo que nos espera a partir del viernes, TV3 nos obsequió la semana pasada con un gran documental, que narra la vida y obra del equipo español de waterpolo que ganó el oro en Atlanta 96, tras haber perdido la final olímpica de Barcelona 92. Un testimonio imprescindible (http://blogs.tv3.cat/senseficcio.php?itemid=47018&catid=1270) para entender la dureza del deporte de competición y lo caro que resulta ganar una medalla. Pero también para conocer sus miedos, sus secretos y sus horas de soledad en la piscina, alejados de los focos. Porque aquella escuadra sufrió los métodos militares de Dragan Matutinovic, que por primera vez introdujo la disciplina de verdad de la escuela yugoslava en una selección española que hasta que llegó él programaba entrenamientos muchos más ligeros con sesiones diarias de solo de dos horas (al estilo fútbol). Él tuvo la idea de llevarse al equipo a una concentración a Andorra que marcó para siempre a los que la padecieron. El recuerdo que le guardan sus pupilos al entrenador del puño de hierro pone los pelos de punta, como también el legado que dejó entre sus compañeros Jesús Rollán  (Madrid, 4 de abril de 1968 – La Garriga, Barcelona, 11 de marzo de 2006), calificado por el propio técnico croata como el mejor portero de todos los tiempos. Alcanzó la gloria y no supo adaptarse a la vida de civil, una vez que se retiró de las piscinas. Pero sobre todo, el documental cuenta una historia humana de superación. La de un grupo que supo levantarse de la derrota más ingrata de la historia del waterpolo (“aquella final fue la mejor y la más intensa de la historia de este deporte”, dice Estiarte en la película) para tocar la gloria cuatro años después. El testimonio del propio Estiarte narrando la última jugada del partido en Barcelona 92 no tiene precio: España ganaba por un gol y el entrenador les pidió una defensa en zona para amarrar la última jugada; Estiarte sabía que sería su tumba, pero no dijo nada. Por desgracia, tenía razón e Italia forzó la prórroga. La anécdota humaniza al genio, que incluso en los momentos más complicados, “cuando todos mis compañeros esperaban algo de mí” se arrugó, como la mayoría del común de los mortales.

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Sí a los torpedos de las piscinas y no a los de las guerras

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