El reconocimiento social es una teoría psicológica que predice que alabar la buena manera de hacer las cosas de una persona o a sus características positivas, no solo hará que mejore su desempeño dentro de un grupo, sino que también aumentará su autoestima, su motivación y su compromiso. Este reconocimiento social se puede aplicar también a los grupos o colectivos, así oímos, a veces, a maestros, médicos, jueces, policías, etc. decir que no se sienten reconocidos socialmente.
Yo quiero hablar de un colectivo numeroso que, en estos tiempos, goza de poco reconocimiento: el de los padres y madres.
Parece ser que todos los males que se presentan en la infancia y la adolescencia tienen un culpable: sus padres. ¡Qué padres éstos de hoy en día! que parece ser tienen como objetivo malcriar a sus hijos con la intención de fastidiar a pediatras, fustigar sin piedad a sus maestros, a los compañeros, a la vecindad e incluso a ellos mismos.
Al grito de “¡los padres de hoy no saben educar!”: pediatras, maestros, vecinos, abuelos, psicólogos, orientadores, “gurús” de la educación, blogueros varios, señalamos con nuestro dedo acusador a los padres, a su manera de actuar, como si fueran los culpables de esta hecatombe educativa: niños y niñas, adolescentes “asalvajados”, “encaprichados”, atormentando a diestro y siniestro.
La tarea de ejercer de padres tiene críticas tanto por pasividad, falta de atención: los padres y las madres de ahora son muy comodones y no se enfrentan a sus hijos; como por exceso de atención y entonces les llamamos padres helicópteros, hiperpadres, etc.
La tarea de ejercer de madres y padres no goza de mucho reconocimiento social, esto es una realidad que tiene un efecto pernicioso ya que muchos padres y madres que están educando de manera sobresaliente asisten atónitos al señalamiento digital por las conductas de sus hijos. Hacemos a los padres responsables de las conductas de los hijos sin saber qué es lo que están haciendo en sus casas. Tanta crítica, injustificada muchas veces, genera una disminución en el desempeño de esta tarea y acrecienta la falta de autoestima y motivación de padres y madres.
Hemos hecho muchas veces hincapié en este blog que para educar a un niño hace falta la participación de toda la comunidad. Apoyar, animar a padres y madres, comprender sus dificultades, es una estupenda manera de ayudarles a que se mantengan activos en esta compleja tarea de educar.
Un padre o una madre no solo es un padre o una madres, resulta que también es un hombre o una mujer, trabajadores o parados, con necesidad de reconocimiento como tú y como yo, con problemas y dificultades de diferente índoles, laboral, económica, afectiva y social. Personas que sienten y padecen como sienten y padecen los juzgadores de padres y madres, pero a los que no se les reconoce su esfuerzo, la tarea de educar, sino a los que se les juzga por lo que hacen sus hijos. (¿Te imaginas juzgar a un médico por la salud de sus pacientes o a un maestro por las notas de sus alumnos?)
Claro que hay padres y madres que no se implican en la educación de sus hijos, pero en la misma proporción que otros profesionales no se implican en su tarea laboral.
¿Y si animáramos más a persistir en la tarea de educar en vez de juzgar?, ¿y si transmitiéramos más el orgullo de ejercer la tarea de ser padre o de ser madre?. Animar a ser sistemáticos, comprender la complejidad de la tarea, valorar los esfuerzos que hacen cotidianamente madres y padres.
Tú dilo en voz alta: Orgulloso de ejercer de padre, orgullosa de ejercer de madre. Y a seguir educando.