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Amanece en Cuelgamuros

«[…]La fe religiosa de nuestro pueblo, el sentido profundamente católico de la Cruzada y el signo social del nuevo Estado nacido de la Victoria, exigen que el Monumento Nacional a los AnteCaídos no sea una simple construcción material, si no también un lugar de oración y de estudio donde a la vez que se ofrezcan sufragios por las almas de los que dieron su vida por la Fe y por su Patria, se estudie y se difunda la doctrina social católica[…]».

Con estas palabras abría el Decreto-Ley del 23 de agosto de 1957 que iniciaba el camino para la construcción del, quizás, monumento más polémico de nuestro país, el Valle de los Caídos. 61 años después de la finalización de su construcción y casi 45 años después de que los restos del dictador Francisco Franco fueran depositados en el corazón de su basílica, este monumento de la Dictadura ubicado en lo alto del Valle de Cuelgamuros vuelve a cobrar protagonismo con la iniciativa del Gobierno de hacer cumplir la legislación vigente y sacar los restos del antiguo Jefe del Estado de este lugar de culto. Una anomalía histórica a la que no podemos encontrar comparación en ningún país de nuestro entorno que haya pasado por unas circunstancias equiparables.

Ante la inminencia de que se produzca la exhumación en la fecha en la que se escriben estas líneas, vamos a centrar el foco precisamente en la construcción del conjunto monumental. Una construcción realizada, en parte, por mano de obra compuesta con presos políticos pertenecientes al bando republicano que trabajaron en la obra a cambio de unas supuestas reducciones de penas. A estos presos —durante los 18 años que duró la construcción— se les dividió el trabajo en 3 fases principales: la construcción de la carretera que subiría a Cuelgamuros, el vuelo de la roca a base de cargas de dinamita y la construcción de las propias dependencias.
Sería en la base del todo el conjunto donde serían depositados oficialmente restos de 33 847 personas de ambos bandos del conflicto civil. Con el paso del tiempo, estos restos pasarían a formar parte de la propia estructura de la construcción —al rellenarse con ellos cavidades internas de la cripta— siendo prácticamente imposible la exhumación de estos restos. Esto supone un revés considerable para las familias que durante años solicitaron la exhumación de sus antecesores de ese lugar al que en su momento fueron trasladados sin permiso desde diferentes fosas comunes repartidas por todo el territorio nacional.

Ahora que parece que, tras largas décadas de lucha y de reclamaciones, se comienza a solventar la anomalía histórica en la que nos vemos sumergidos solo podemos esperar expectantes a que el resto de grandes figuras de la dictadura franquista salgan de sus lugares de sepultura donde siguen recibiendo honores. Mientras tanto, podremos ver cómo el águila carroñera, que lleva posada demasiado tiempo sobre Guadarrama, levanta el vuelo. Por fin.

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