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Cristina Núñez Nebreda

Juegos de niños

¡Empezamos el curso!

¡Ya hemos empezado el cole! Creo que recordaré el primer día de escuela del niño como el que me hice definitivamente mayor. ¡Ya soy una madre llevando al colegio a su hijo, eso sí que es un grado! Podría caer en todos los tópicos habidos y por haber y no pararía…¡estoy chocha, y no lo niego! A pesar de los temores, de los rigores que impone la enseñanza pública de Wert, espero y confío en que estos niños reciban un buen bagaje para el resto de su vida, tanto de conocimientos como de valores.
Aquí va el balance: no hubo bulla el primer día de clase, todo transcurrió con normalidad. El niño ejerció un poco de resistencia a entrar a clase al principio pero después, según nos contaron, estuvo bien. Casi ningún niño lloró. Están hechos de acero estos cachorros de tres años, tienen más mundo que mi abuela a los 80. Al recogerle, por la ventana le vi haciendo un trenecito de salida, en el vagón de cola, piiii-piiiii, y cuando nos vio nos echó una sonrisa de esas capaces de deshacer un glaciar entero. ¡Qué pastelada! ¡Un babero para esta mami!
El inicio de curso, toda una aventura

Los más pequeños vuelven al colegio

Antes del 12 de septiembre tuvimos una reunión con la seño, y la semana anterior habíamos pasado por el centro para dejar el material, una caja de un tamaño considerable con todo tipo de cosas, hasta pañuelos de papel para los mocos. Da la impresión de que cada vez más los recursos salen del bolsillo de los padres. La reunión estuvo interesante: cuestiones de funcionamiento básicas para que todo vaya rodado. Algunas son cosas elementales, como llevarles con pantalones “fáciles” que puedan bajarse ellos para facilitar la operación pis y caca.

La maestra tiene unos principios que me han gustado, el fundamental es el de que los niños tienen que ser felices en la escuela. Yo también creo que esa es la mejor puerta para el aprendizaje. Lo cierto es que, a pesar de los fallos que aquejan a nuestro sistema educativo, estos días compruebo lo que se ha mejorado. Mi cabeza vuelve a la escuela de los 80 en la que me tocó estudiar y el paisaje que evoco es árido e incluso triste: clases sobrecargadas, seños que nos gritaban, un muro infranqueable entre colegio y hogar…y a pesar de todo nos lo pasábamos bien, así es la infancia, esa región feliz de la vida. Pablo comparte clase con otros 24, que son un montón. Creo que la mitad sería la cifra ideal, pero a ver cuando se logra esa quimera. De cole que hemos elegido (y que nos ha elegido) me gusta la diversidad social y que me pilla tan cerquita de casa y del trabajo que me parece un sueño.
Ahora andamos inmersos en la polémica fase de adaptación. Digo polémica porque se habla mucho del tema y no a todos los padres les parece bien. Es cierto que es un disloque que hasta el 30 de septiembre no cumplan el horario normal, de 9 a 14, y que sin abuelos o familiares que estén cerca debe de ser mucho más cuesta arriba, pero por otro lado, parece una fórmula para que la adaptación sea progresiva y segura. Estos dos primeros días de clase y toda la semana que viene hay una hora y media de clase, y el grupo está dividido en dos. La siguiente, dos días dos horas y media y tres días cuatro horas, ya los 25 juntos. Cada colegio tiene sus fórmulas. Incluso he oido que algunos coles concertados prescinden de este periodo, y enseguida empiezan a saco. Son fórmulas. Lo bueno es que el año que viene esa adaptación será más rápida.

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