Algunas veces los periodistas tenemos la sensación de ser correveidiles de los políticos. Se publican cosas como ‘El PSOE dice…, el PP contesta…’ y uno se llega a preguntar por qué los líderes de los dos grandes partidos no se llaman por teléfono para acordar determinadas cuestiones, en lugar de tratar de alcanzar un acuerdo imposible a través de los medios de comunicación. La respuesta, sin embargo, es muy sencilla: porque los propios medios de comunicación han pasado a formar parte del juego de la política. Ahora que estamos en precampaña, los candidatos y sus equipos saben perfectamente qué cosas deben hacerse públicas para comprometer al contrario, o simplemente para que no tiren para adelante; y qué otras deben tratarse en privado, a fin de cerrar un compromiso que agrade a los dos bandos.
Digo esto a cuenta de los susodichos debates electorales que se están planteando entre los dos grandes partidos. Si el PP dice que quiere debatir, el PSOE le contesta que de acuerdo, pero que también deben cumplir con el mismo trámite los líderes locales, a sabiendas de que en Badajoz el socialista Celestino Vegas ha pedido un debate y el alcalde Miguel Celdrán lo ha rechazado con el argumento de que le ha insultado llamándole «borracho».
A los populares les conviene poner al mismo nivel a Monago que a Vara, deben situar a ambos dirigentes en la misma línea de salida, a fin de que el elector entienda que las dos opciones tienen las mismas posibilidades de ganar la carrera. Sin embargo, en los ayuntamientos donde gobiernan ocurre justo lo contrario: darle alas al opositor supone restar votos, nunca ganarlos.
Los socialistas, por su parte, no son distintos en este planteamiento. No en vano, sus candidatos locales en Badajoz y Don Benito se han apresurado a pedir debates a sus contrincantes, pero en donde gobierna el PSOE (Cáceres, Plasencia y Mérida) estos andan agazapados, como si eso de debatir fuera un verbo extraño e imposible de conjugar.
Así las cosas, viene la pregunta: si se quiere debatir, si se entiende, como dicen ambos partidos, que el debate enriquece la democracia, ¿por qué los dos grandes partidos, o sus representantes, no se sientan ya y acuerdan de una vez qué debates deben realizarse, con quién y de qué manera, a fin de que nadie pierda y quien gane sean a los ciudadanos? Andar enredando sobre la cuestión en los medios de comunicación no es más que marear la perdiz y decirle a la gente: mira, no queremos debates. Y ya está.
Hasta la cerrazón de Miguel Celdrán, que podía parecer un impedimento para un acuerdo global, es salvable. Dijo delante de Esperanza Aguirre en Badajoz hace dos semanas que él no iba a debatir con quien le había insultado y no le había pedido siquiera perdón, pero que si el presidente regional de su partido se lo pedía, él era disciplinado.
El debate televisado que se celebró en Canal Extremadura en las elecciones de 2007 entre los líderes de las tres fuerzas políticas con representación parlamentaria (Guillermo Fernández Vara, Carlos Floriano y Víctor Casco) fue seguido por 163.000 personas, un ‘share’ o cuota de pantalla del 23,9%.
Y es que, a diferencia de lo que pueda pensarse de antemano, este tipo de eventos atraen a los ciudadanos, sobre todo cuando, en medio de una coyuntura de crisis como en la que estamos, se está decidiendo en quién confiar la responsabilidad de dirigir el destino de una comunidad o una ciudad durante los próximos cuatro años.