Puede que a ‘El mal absoluto’ le chirríe en exceso su forzada arquitectura dialógica, pero es eficaz para conseguir el propósito de José Luis Muñoz
El domingo 28 de octubre de 2007, justo pocos días después de que se fallase el Ciudad de Badajoz, ganado por José Luis Muñoz con El mal absoluto, en Babelia se publicaba un reportaje de Günther Schweiger titulado «El encuentro con un nazi en Madrid». El alemán, que ha dirigido la película ‘El paraíso de Hafner’, relata no sin horror y sorpresa sus reacciones frente al protagonista del film. «Tratar con Hafner –escribe– me intranquilizaba. Nunca había conocido a nadie así. En Austria vi a viejos nazis con la mirada huidiza del que se sabe rechazado. Pero él lucía la autoconfianza insultante del que jamás rindió cuentas» (pág. 28). Es la misma actitud que mantiene Günther Meissner, el antiguo ‘Cara de ángel’ de Auschwitz, protagonista de El mal absoluto, ante las preguntas que le plantea Eva Steiger, joven redactora de la ZDF ( Zweites Deutches Fernsehen. La TV-2 alemana).
Paul María Hafner fue uno de los miles de responsables intermedios del Holocausto, que encontró refugio en España, donde se hizo economista y empresario de éxito. El ex Obersturmführer, voluntario en su día de las Waffen-SS alemanas, tomó parte activa en varios campos de concentración. Acepta que Schweiger ruede un conjunto de entrevistas sobre sus actuaciones en aquellos terribles años de la Soah y, cuando visionó la película, sin haber mostrado ni el menor signo de arrepentimiento, lo único que se le ocurriría comentar es que no le gustaba su nariz. De lo único que parece arrepentirse G. Schweiger es de no haber ganado la guerra desencadenada por su admirado Adolf Hitler. Todo lo demás, Holocausto incluido, lo juzga perfectamente justificable.
Obligado es recordar aquí el famoso libro de Hanna Arendt, Eichman o la banalidad del mal. Según se sabe, la pensadora judía alemana, que mantuvo durante decenios un idilio con Martín Heidegger, filósofo de indudable filiación nazi, fue elegida para informar como reportera sobre el proceso que en Jerusalén se le hizo al cruel ejecutor de la «solución final». Lo que más impresionó a Arendt fue que el antiguo omnipotente verdugo de tantos millares de personas era un hombre sin cualidades relevantes, alguien capaz de sostener el Holocausto con la misma tranquilidad de conciencia del funcionario que escribe un oficio insignificante ordenado por el jefe de la sección.
Aunque Adorno, el miembro más distinguido de la Escuela de Frankfut, dijese que tras Auschwitz era imposible componer poesía, la verdad es que no pocos poemarios (algunos escalofriantes, como los de Celan) y centenares de novelas se refieren a aquella incalificable brutalidad, a sus víctimas y ejecutores. ¿Cómo entender que el país de la filosofía, la música clásica, la Bauhus, la mística, la pureza luterana… llegó a generar algo tan abominable y de lo que no pocos nunca se arrepintieron ? ¿Cuántas complicidades no fue preciso sumar para hacer desaparecer en los campos de exterminio a casi siete millones de personas, judíos sobre todo, pero también gitanos, homosexuales, deficientes y rojos españoles, es decir, «los desechos» de la sociedad aria? Son preguntas también planteadas aquí.
José Luis Muñoz (Salamanca, 1951), novelista galardonado también con los premios Tigre Juan, Azorín, Café Gijón, Camilo José Cela, Juan Rulfo y La Sonrisa Vertical, se inspiró en otro personaje descubierto a través de la pantalla y compuso su novela tras documentarse concienzudamente. Pero no ha querido dar voz sólo al ex miembro de las SS, sección de la Calavera, encargado de seleccionar (trabajos forzados y gratuitos, prostíbulo, experimentos médicos, comandos de apoyo, crematorio…), cuando no de eliminar personalmente a los presos de Auschwitz. La entrevista, de la que los propios familiares de Meissner reniegan, permitirá que Yahuda Weiss lo localice y trame la más cruel de las venganzas. Salvado de las cámaras de gas por caprichosa decisión del todopoderoso nazi, que lo violó, el judío vive con la mala conciencia de no haber muerto (recuérdese a Primo Levi) junto a los suyos, ni siquiera en la rebelión de los «Sonderkommandos» a los que pertenecía. Su voz es el contrapunto, contundente, irrebatible, ante los sofismas de Meissner, aunque tampoco haya excusas para la «shoah» que decide aplicarles al nieto de éste, en circunstancias que no procede revelar aquí, agravantes todas ellas.
Puede que a la obra le chirríe en exceso su forzada arquitectura dialógica, pero es una novela valiente, bien escrita y de innegable eficacia para conseguir el propósito del autor.
Título: ‘El mal absoluto’
Autor: José Luis Muñoz
Editores: Algaida. Sevilla, 2008