Alicia Merino Labrador , licenciada en Filología Griega y Latina por la Universidad de Extremadura, enseña dichas materias en Alicante, a la vez que prepara su tesis doctoral sobre Literatura Comparada, nació en Valencia (1977 ), pero ha vivido infancia y adolescencia en Retamal de Llerena, cuna de sus raíces familiares y pueblo que estima como el suyo. Baste leer dos poemas incluidos en este libro, “El olivar del abuelo “ o “ Los gallos” para percibir hasta qué punto tiene la escritora troquelada su sensibilidad por aquel territorio. Allí vio también la primera luz y se crió uno de los grandes humanistas extremeños contemporáneos, Antonio Holgado Redondo, que falleció siendo catedrático de Latín en la Universidad de Cádiz. Fue premio Nacional de Traducción por la que hizo de la Farsalia de Lucano y él mismo no era del todo ajeno a la creación poética. La calidad literaria de su pluma es visible incluso en obras aparentemente tan prosaicas como el Tratado de Agricultura de Columela, que supo verter en un castellano maravilloso. El lenguaje en que Antonio lo tradujo esté repleto de términos e incluso giros de los que él se impregnase en sus prolongadas correrías por las dehesas de Las Arcas, los tamujos del Guadámez y esas tan adustas como bellas estribaciones de los Argallanes. También en la pluma de Alicia resultan identificables los sones de la misma tierra, las voces telúricas, sin que por eso queramos decir que la suya sea una poesía localista.
Lo prologa Pedro Juan Galán , profesor de Filología en la UEx. Advierte pronto que en el libro de Alicia, ya en vías de tercera edición, “ el pincel y la pluma se anudan de manera inextricable para conformar un único universo artístico: el de la poesía pictórica o el de la pintura poética”. Y eso es así desde el núcleo del sintagma titular, “Acuarela”, cuyo sustantivo nos remite explícitamente a una modalidad del arte pictórico. La obra se sitúa, pues, en la línea de esa consolidada y fructífera tradición estética, que hunde sus raíces junto a los clásicos. El lema horaciano, ut pictura poesis, llegó hasta nuestros días.
Son profundos vínculos que unen ambos modelos de creación. La sensibilidad, cosmovisión, fórmulas interpretativas, arquetipos emocionales … de uno y otro se manifiestan tan similares que establecen hondas similitudes entre la obra lírica y la iconográfica. Y es que, por decirlo según lo expone otra mujer, que tanto supo de esto, Virginia Woolf, un escritor siempre se preguntará cómo llevar el sol a la página, cómo puede conseguir que el lector vea la luna mientras se eleva en el horizonte por medio de una o dos palabras. O como arden los rastrojos en las alturas de Magacela. O como los pimpirigallos agrestes le salpican vello púbico amarillo a los olivos del abuelo. O, cambiando de paisaje (el paisaje tiene importancia fundamental en los poetas que siguen esta escuela) cómo la luna besa la playa, el Guadalquivir trae por Sevilla un chasquido azogado en el pecho, el Cabo Cervera luce un veteado mármol de jibia con acuosas florescencias o cómo cernícalos y cigüeñas habitan el viejo convento de la Puebla de Alcocer cuya techumbre derribó la carcoma de los siglos.
En cuanto al adjetivo del sintagma, no conviene confundirse. “Elemental” no dice relación alguna a cosa mínima, intrascendente o sin importancia, sino a la prístina cuestión de lo orígenes o principios del ser . Con la pregunta sobre los elementos últimos constitutivos del ser, los arxé o ríxomata de la physis, nace la filosofía griega. Casi todos los presocráticos llegaron a inclinarse por alguno de los cuatro elementos como fuentes originarias del ser: la tierra, el agua, el fuego o el aire. Con ellos se corresponden justamente las cuatro partes de Acuarela elemental. Desde el punto de vista formal, sus poemas se podrían distribuir en dos modalidades. Unos recurren a la asonancia, llegando incluso a la monorrimia, con sabor a los orígenes de la lírica castellana. Cosa de la afición por los orígenes de la poesía castellana de la autora, supongo, quien incluso no rechaza a veces ni las rimas internas. Los otros poemas , libres y blancos, nos recuerdan los versos grecolatinos. Están elaborados sin apoyo en identidades fónicas, sino sobre la base de la armoniosa distribución de las vocales, átonas o tónicas, fuertes o débiles, largas o breves, y la belleza de los propios vocablos, junto, claro está, con los recursos del lenguaje metafórico que tan asombrosas imágenes pone en el decir de Alicia. Nos han evocado muchas veces las buenas traducciones de los grandes poetas del Lacio o la Hélade. Por lo demás, los poemas todos de Alicia están impregnados de referencias a aquellas cultura bajo cuyas sombras seguimos viviendo, según recordaba Hegel: Medea, Polifemo, Ítaca, Europa… Por no decir lugares ya comunes de la poética universal como “Mirabilia”, “Vulnus amoris” o “Testamentum”.
No se crea, sin embargo, que Acuarela elemental es una obra hermética, esotérica, sólo para iniciados en tropos, aliteraciones o catasterismos (transformación mitológica de un personaje en una estrella o constelación). Como toda buena literatura utiliza un código que no siempre responde a los parámetros de la comunicación cotidiana, al lenguaje ordinario. Pero basta un lector atento (de los que siempre tienen cerca un buen diccionario) para disfrutar de un libro a cuya joven autora merece más cordial enhorabuena.
EL LIBRO:
Título: Acuarela elemental
Autor: Alicia Merino Labrador
Editorial: Entrelíneas Editores, 2010, Madrid