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Manuel Pecellín

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JOYERÍA DE CICATRICES

Nacido en Cáceres (1955), donde enseña lengua y literatura, Domínguez ha ido erigiéndose en los años últimos como uno de los poetas más presentes en el panorama nacional. Ganador de numerosos e importantes premios (Gerardo Diego, Gil de Biedma, Barcarola, Eladio Cabañero, Ciudad de Irún, Ángaro, Miguel Labordeta, Manuel Alcántara), parte de su obra ha sido traducida al francés, inglés, húngaro e italiano.
Es un acierto que la ERE facilite a los lectores este volumen antológico de tan notable creador, prologado por Félix Grande. Contiene poetas seleccionados de los siguientes libros; Pórtico de la memoria (1994), La orilla del invierno (1996), Cuaderno de Abul Qasim (2001), Las provincias del frío (2005), En un bosque extranjero (2006), Las sílabas del tiempo (2007), La flor de las cenizas (2008), Para explicar la nieve (2009), Nueve de lunas (2010) y Luna y cencia nocturna (2010). Es lógico que abunden más de los dos últimos títulos, seguramente por ser a los que más próximos se percibe el autor.
Los poemas antologados constituyen un magnífico corpus y responden bien a los criterios que Santos Domínguez proclama de su propia estética en el apéndice final. Casi todos son de amplio alcance, con preferencia por los versos de arte mayor (predomina el alejandrino), de muy cuidado ritmo y repleto de imágenes bellísimas. Aunque rara vez se utilice la primera persona, el discurso lírico permite la aproximación a un sujeto que tal vez prefiere ocultarse más. Es propio de quien entiende que la poesía tiene tanto de dudas y perplejidades, de difícil orientación en un bosque indeclinablemente extraño. Y siempre se clausura el poema con un broche perfecto, tantas veces escalofriante, como ese “un hombre es extranjero/ en cualquier cementerio en que repose”.
Adscrito a la razón poética de Zambrano, seguro de que allende el laboratorio técnico y el cálculo científico es posible conocer otras realidades por ellos inalcanzables, el creador las busca quizá, los haya visitado o no, tras las chimeneas de Auschwitz (P. Celan), un aguacero en París (C.Vallejo), la Isla Negra de Neruda, los almagres de Pompeya, los tejados de Lovaina y Salzburgo, el cielo de Berlín, los óleos de Vermeer y Caravaggio o el cementerio alemán de Yuste. Por todos ellos late el aura que Benjamin y Cernuda anunciaron y que los verdaderos creadores saben intuir como provilegiada experiencia y comunicar mrced a un discurso específico, ” a través de la iluminación de la lengua encauzada en imágenes y ritmo, como caza nocturna en un bosque extranjero”. Los ángeles de Rilke y Klee ((pero “todo ángel es terrible”).ayudan a quien sabe seguirlos. Santos Domínguez lo hace con indudable acierto,

Santos Domínguez Ramos, Plaza de la Palabra. Mérida, ERE, 2011

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