Pedro de Valencia (Zafra, 1555-Madrid, 1620), alumno preferido de
Arias Montano, obtuvo en vida general reconocimiento por sus virtudes
y saberes. Prelados, príncipes, escritores, intelectuales y el propio
Felipe III, que se lo llevó a Madrid como Cronista del Reino,
solicitaban a menudo la opinión de aquel humilde hombre con saberes
enciclopédicos. Aunque solo vio publicada una de sus obras (según él,
incluso sin su anuencia explícita), Academica siue iudicium erga
uerum, excelente tratado de Historia de la Filosofía, su autoridad fue
enorme en áreas múltiples, como Sagradas Escrituras, Teología, Leyes,
Lenguas Clásicas, Política o lo que hoy llamamos Económica y
Sociología. Bien es verdad que todo ello apenas le sirvió para
mantener cómodamente a su numerosa prole.
Lo bien justificado de la fama que obtuvo ha ido comprendiéndose mejor
según aparecían las Obras Completas del zafrense, proyecto magnífico
delineado por el inolvidable Gaspar Morocho y ya a punto de concluir.
Nunca agradeceremos bastante los extremeños las labores de este
magnífico catedrático, prematuramente desaparecido, ni las que sus
discípulos continúan desarrollando en la Universidad de León para
sacar a luz los escritos todos del gran humanista. Por otra parte, los
estudios que sobre Pedro de Valencia vienen publicándose, como los de
los profesores Luis Gómez Canseco , Abdón Moreno o Juan Luis Suárez,
naturales también de Extremadura, ponen cada día más en relieve la
figura del segedano.
Esta entrega, un volumen con 662 páginas, está dedicado a Juan Gil,
por su nombramiento como miembro de la R. Academia de la Lengua,
insigne Investigador, que tan generosamente viene apoyando a los
editores. Prologado por Gómez Canseco, el tomo recoge una docena de
escritos, inéditos en su mayoría ahora, casi todos con amplias
introducciones. Versan sobre asuntos plurales, según indican los
propios títulos: salud, educación y crianza de los niños, moral,
literatura, arte , bibliografía, etc.
Nos importa destacar algunos de estos ensayos. Abdón Moreno cuida la
edición de dos sumamente interesantes, a los que pone el pertinente
preliminar y abundantes notas: la Descripción de la pintura de las
virtudes y Ejemplos de los príncipes, prelados y otros varones
ilustres que dejaron oficios y dignidades y se retiraron. Sus páginas
nos permiten percibir las concepciones estéticas del autor, así como
la indudable inclinación que sentía, por matizada que fuese, hacia la
escuela estoica.
De sumo interés es la carta de Pedro de Valencia (en sus dos
versiones) a Góngora, quien le había demando opinión técnica sobre
Polifemo y Soledades. Dadas a conocer por Dámaso Alonso, constituyen
un hito pionero, como bien explica aquí Raúl López López, en el
debate entre culteranos y clasicistas. El de Zafra tal vez no entendió
bien las innovaciones gongorinas, pero se percató pronto de la
extraordinaria valía del poeta cordobés, a quien no dudó en anotar
algunos versos descuidados, “aunque más me desatentan otras (poesías)
de demasiado cuidado que son las proceden de la afectación de
hincharse y decir estrañezas y grandezas , o por buscar gracias y
agudezas y otros afeites ambiciosos o pueriles ) o juveniles a o
menos, que aflojan y enfría y afean”, La polémica estaba servida, sin
solución de continuidad hasta hoy. Pero el extremeño sabía bien de qué
hablaba, como Góngora se lo supo reconocer.
Pedro de Valencia, Obras Completas. VI. Escritos varios. León, Universidad, 2012