Hijo de jornaleros, Rueda nació (1857) en Benaque, una aldea de la Axarquía malagueña. Autodidacta, aunque con abundantes lecturas, ejerció numerosas labores, hasta que pasó a la capital de España en la Gaceta de Madrid merced a los buenos oficios de Núñez de Arce. Volvería a Málaga, donde viviría modestamente, si bien ya era un escritor fecundo y famoso. Allí murió el año 1933.
“Aunque de niño – según él mismo recuerda- en mi casa pobre yo no servía más que para vagar a todas horas por los campos, pretendiendo descifrar los profundos misterios y las grandes maravillas. Mi padre siempre me amparó por desgraciado y me tuvo un sitio en su corazón. Aprendí administración de las hormigas; música, oyendo los aguaceros; escultura buscando parecido a los seres en las líneas de las rocas; color, en la luz; poesía, en toda la naturaleza.”
Justamente la Naturaleza forma parte de la tríada ontológica que constituye el Universo, derivada de Dios mismo, proclamó el “panenteísmo” propuesto por Krause en su “racionalismo armónico”. Bien se conoce el éxito que en nuestro país tendría dicha escuela filosófica. Si de manera difusa, las tesis krausistas alcanzaron entre nosotros extraordinaria influencia entre pensadores, sociólogos, políticos, escritores y, claro está, pedagogos. La In situación Libre de Enseñanza consagrará el contacto con la Naturaleza como uno de los principios didácticos fundamentales.
Creo que bajo ese prisma hay que leer La cópula, obra cuya publicación (1906) recordaba inevitablemente otras de Felipe Trigo, por entonces la gran figura de la novela erótica española y también próximo a la estética modernista que el de Málaga cultivase en prosa y verso.
Gómez Yebra, quien ya le puso una breve introducción en la reedición de Clan (Madrid, 2010), ha preparado ésta de Cátedra. El catedrático extremeño suscribe el extenso estudio preliminar (pp. 11-70) y pone tres centenares de notas al texto de Rueda (pp. 73-187), que se reproduce por la segunda edición (1908), con algunas modificaciones: se suprimen los laudatorios “juicios de los contemporáneos” y las notas biográficas; se moderniza la ortografía; se corrigen las erratas y desaparecen decenas de esas molestas comas que separaban sin sentido sujeto y predicado.
Rosalía, soñadora joven andaluza, y el ya maduro David, un cíclope de origen mauritano, protagonizan la narración, culminada con la cópula carnal de ambos personajes. El autor, tan amante de los eufemismos, la presenta como un episodio más de ese trascendentalismo cósmico que todo lo impregna, salva y justifica en orden a la reproducción de las especies. Gómez Yebra pone de relieve el sincretismo artístico y los numerosos recursos literarios que se utilizan en la obra, posible versión contemporánea de un cuento oriental. A juicio de Guillermo Carnero, La cópula constituye “uno de los universos más extensos, variopintos y sorprendentes que pueda ofrecer la historia de las Letras españolas”.
Salvador Rueda, La cópula. Madrid, Cátedra, 2014