La fonda de Monesterio, primera obra publicada por su autor, responde a ese tipo de “literatura fuzzy” (lo diré con categorías lógicas) que se percibe en tantas novelas contemporáneas. Es un texto construido sobre varios soportes, cuya alternancia va produciendo fusiones continuas: historia, sociología, antropología filosófica y autobiografía contribuyen a presentar unos personajes ligados familiarmente entre sí, cuyas existencias discurren a lo largo del siglo XX en aquel pueblo de la Baja Extremadura vinculados a su célebre fonda. Manuel Bayón con recursos suficientes para manejar los oportunos mimbres. Natural de Monesterio (1949), antiguo seminarista, militante de ZYX , pintor vocacional, residente en Sevilla desde su juventud, se ha licenciado en Filosofía tras jubilarse luego de ejercer profesiones varias. Para escribir esta “antropología familiar”, según ha querido subtitular su obra, ha elegido un entorno dominante: la casona solariega, con gasolinera adjunta, donde ofrecían cama y comida; se cobraban arbitrios municipales y se expendían los billetes del L.E.D.A (lo decíamos así, en masculino), bajo la supervisión de una admirable mujer, Pepa Flores, cuya generosidad, buen carácter, profundo sentido religioso y laboriosidad (” La Pringona” fue su mote) estaban popularmente reconocidos. A su alrededor irá formándose toda una saga de hijos, consortes, sobrinas, nietos, sirvientes y demás allegados, todos los cuales reciben allí de una forma u otro acogida. Quien no pudo aclimatarse en aquel techo protector fue Elías Torres, casado con una de las hijas y abuelo de Bayón. Hombre de arraigadas convicciones socialistas, Alcalde de la localidad durante la República, su figura y actuaciones vienen levantando encendidas polémicas entre los historiadores locales. El autor le dedica un cálido capítulo y reproduce el texto reivindicativo, publicado por el concejal Villalba Donoso en respuesta a otros, muy críticos, de Antonio M. Barragán Lancharro. Verdad es que si en Monesterio a las izquierdas no se les puede imputar muerte alguna (hubo dos jóvenes milicianos caídos en el asalto al cuartel de la Guardia Civil), fue porque Elías Torres decidió que las personas de derechas detenidas quedasen libres, ante la inminente llegada de la columna de Yagüe y Castejón, cuando él ya no podía garantizarles la vida. Para salvar la suya, huyó con otros a la sierra, donde pronto fue detenido Lo fusilaron en las tapias del cementerio, suerte que correrían también otros huidos, su compañera Águeda y su hijo Miguel (con sólo veinte años). Sin duda, las páginas más conmovedoras son las que Manuel Bayón dedica a su madre, “Felisina la de la fonda”, que ha muerto casi centenaria en el domicilio sevillano. Otra mujer entrañable, extraordinariamente trabajadora, de infalible sonrisa, cuya conciencia hubo de sufrir los sinsabores de una huérfana de rojo; la incomprensión de los allegados hacia las actuaciones del padre y el miedo a que el hijo se iniciara también en los ideales revolucionarios de su progenitor. Así lo recuerda el novelista, que al final de la obra, tras disquisiciones múltiples de carácter filosófico, nos deleita con el apéndice autobiográfico y los recuerdos infantiles más sentidos. Tal vez le sobran reiteraciones, preguntas retóricas y filosofemas, pero el cuadro que de un pueblo rural proporciona y la fuerza de los personajes presentados son realmente atractivos. Bayón Torres, Manuel, La fonda de Monesterio. Antropología familiar. Badajoz, Diputación, 2014
La fonda de Monesterio, primera obra publicada por su autor, responde a ese tipo de “literatura fuzzy” (lo diré con categorías lógicas) que se percibe en tantas novelas contemporáneas. Es un texto construido sobre varios soportes, cuya alternancia va produciendo fusiones continuas: historia, sociología, antropología filosófica y autobiografía contribuyen a presentar unos personajes ligados familiarmente entre sí, cuyas existencias discurren a lo largo del siglo XX en aquel pueblo de la Baja Extremadura vinculados a su célebre fonda. Manuel Bayón con recursos suficientes para manejar los oportunos mimbres. Natural de Monesterio (1949), antiguo seminarista, militante de ZYX , pintor vocacional, residente en Sevilla desde su juventud, se ha licenciado en Filosofía tras jubilarse luego de ejercer profesiones varias. Para escribir esta “antropología familiar”, según ha querido subtitular su obra, ha elegido un entorno dominante: la casona solariega, con gasolinera adjunta, donde ofrecían cama y comida; se cobraban arbitrios municipales y se expendían los billetes del L.E.D.A (lo decíamos así, en masculino), bajo la supervisión de una admirable mujer, Pepa Flores, cuya generosidad, buen carácter, profundo sentido religioso y laboriosidad (” La Pringona” fue su mote) estaban popularmente reconocidos. A su alrededor irá formándose toda una saga de hijos, consortes, sobrinas, nietos, sirvientes y demás allegados, todos los cuales reciben allí de una forma u otro acogida. Quien no pudo aclimatarse en aquel techo protector fue Elías Torres, casado con una de las hijas y abuelo de Bayón. Hombre de arraigadas convicciones socialistas, Alcalde de la localidad durante la República, su figura y actuaciones vienen levantando encendidas polémicas entre los historiadores locales. El autor le dedica un cálido capítulo y reproduce el texto reivindicativo, publicado por el concejal Villalba Donoso en respuesta a otros, muy críticos, de Antonio M. Barragán Lancharro. Verdad es que si en Monesterio a las izquierdas no se les puede imputar muerte alguna (hubo dos jóvenes milicianos caídos en el asalto al cuartel de la Guardia Civil), fue porque Elías Torres decidió que las personas de derechas detenidas quedasen libres, ante la inminente llegada de la columna de Yagüe y Castejón, cuando él ya no podía garantizarles la vida. Para salvar la suya, huyó con otros a la sierra, donde pronto fue detenido Lo fusilaron en las tapias del cementerio, suerte que correrían también otros huidos, su compañera Águeda y su hijo Miguel (con sólo veinte años). Sin duda, las páginas más conmovedoras son las que Manuel Bayón dedica a su madre, “Felisina la de la fonda”, que ha muerto casi centenaria en el domicilio sevillano. Otra mujer entrañable, extraordinariamente trabajadora, de infalible sonrisa, cuya conciencia hubo de sufrir los sinsabores de una huérfana de rojo; la incomprensión de los allegados hacia las actuaciones del padre y el miedo a que el hijo se iniciara también en los ideales revolucionarios de su progenitor. Así lo recuerda el novelista, que al final de la obra, tras disquisiciones múltiples de carácter filosófico, nos deleita con el apéndice autobiográfico y los recuerdos infantiles más sentidos. Tal vez le sobran reiteraciones, preguntas retóricas y filosofemas, pero el cuadro que de un pueblo rural proporciona y la fuerza de los personajes presentados son realmente atractivos.
Torres, Manuel, La fonda de Monesterio. Antropología . Badajoz, , 2014