José Manuel Vivas Hernández (Badajoz, 1958), que trabaja como diseñador gráfico y es vocal de Literatura en el Ateneo de Badajoz, no se ha prodigado mucho hasta ahora, aunque su producción o fortuna editorial parecen intensificarse últimamente. Era autor de varias obras publicadas a un ritmo cadencioso: Los bordes del abismo (Premio Adolfo Vargas Cienfuego 1998), Olvídate de Ítaca (2006), Algo que nos salve de todo rubor (2006), Breve catálogo de insectos y otros seres menudos (2008) y Crónicas del vértigo (Beca a la creación literaria de la Junta de Extremadura, 2009).
Ahora bien, en el 2014 ha visto salir a la luz tres poemarios, entregas sin duda maceradas lentamente y que eclosionan de golpe, para deleite de los que admiran la voz de este hombre sosegado, maduro, más amigo de silencios reflexivos que de vanas ostentaciones. De puertas adentro (Madrid, Mandala ediciones) fue premiado por el colectivo Entresescritores.com como mejor poemario de dicha plataforma en el 2014. Se imprime con un interesante preliminar que firma el iconoclasta David Benedicte. Cuerpo en ruinas (Olivenza, Herákleion), inspirado en el paralelismo quevedesco entre la decadencia física y la de la casa propia, más el pesar por el amor ausente, fue finalista del Ciudad de Badajoz 2012. Por último, Los labios quemados (Madrid, Celesta), un libro de carnalidad explícita , lleva depósito legal del 2014, aunque se editase ya en el 2015.
Más sensible al paso de las horas según el reloj vital se apresura, pero capaz aún de encenderse con la sangre y los flujos compartidos, sobresale la voz lírica, profunda y armoniosa del poeta, que no renuncia a territorios trascendentes, sin perder por ello la serenidad ni incurrir en proclamas obvias o lugares comunes cansinos. Vivas, cuyas obras exhiben absoluta unidad, trabaja el verso libre, con poemas de largo alcance, permitiéndose determinadas licencias ( v.c., suprimir En cuerpo en ruinas los signos todos de puntuación, cosa que no empece la lectura, acertadamente dirigida por el ritmo de las palabras; o concluir Los labios quemados con una prosa repleta de metáforas). Su consigna, según la entiende Benedicte en el prólogo citado, consiste en “sobrevivir, mantenerse leal a un modo de hacer poesía, a esa fórmula, más o menos mágica, que resulta de integrar en una misma pared de ladrillos siempre recién levantada el ideal del poeta Arthur Rimbaud (cambiar la vida) con la columna vertebral del pensamiento de Carlos Marx (cambiar la historia, transformar la sociedad)”. A ello podrían sumarse otros hilos que la enriquecen: la pasión por el lenguaje, la conciencia de la levedad del ser, el erotismo, los agujeros negros de cada día. Por todo ello, según bien saben sus animosos contertulios de “Página 72”, estamos una escritura que merece toda nuestra atención.