Con esta obra obtuvo el escritor extremeño el Premio Leonor de Poesía 2014 que, convocado por la Diputación de Soria, alcanzaba ya su XXIII convocatoria. No es la primera vez que Pablo Jiménez (Navalmoral de la Mata, 1943) resulta ganador en algún concurso literario importante, con la consiguiente edición de la obra premiada. Ha ganado el Ciudad de Badajoz (Descripción del paisaje, 1981), Ciudad de Toledo (El hombre me concierne, 1985), Ciudad de Irún (Destiempos y moradas, 1986) y Tardor (Figuraciones, 2012). Tiene también otros poemarios éditos, como La luz bajo el celemín (1978), Cáceres, o la piedra y otras soledades (1981), La voz de la ceniza (2004), Prosas para habitar la noche (2005) o Deducida materia (2013).
Los sintagmas titulares sugieren bien algunas de las constantes líricas que nutren la escritura de este hombre sensible, reflexivo, retraído y culto, que adora la música tanto como aborrece la algarabía : el territorio que troqueló su niñez, las sugerencias de la luz, las levedades del ser, la soledad ineludible del hombre, el paso del tiempo o la noche como alegoría simultánea de la libertad (el censor de la conciencia duerme) y de la decadencia definitiva. A estos hay que añadir la pasión por la palabra creadora.
Bien se percibe en Círculos, un poemario de cuidada estructura, que parece compuesto con la clara conciencia de tener ya el pie en el estribo, por decirlo con palabras de Cervantes recordando una antigua copla y tan queridas para Antonio Machado.
(Por cierto, del maestro andaluz se ofrece una hermosa paráfrasis en el poema B-d clave en la obra, donde leemos: “Ten dispuesto en la palma de la mano/el óbolo que paga/el verdadero y único viaje/y ve, desnudo, al muelle donde aguardan/quienes jamás traicionan las leyes de su oficio/tu perro fiel/ y el barquero que sabes).
Como al más humano y profundo, pese a su aparente sencillez, de nuestros creadores contemporáneos, que evocaba poco antes de morir en Collioure los días azules y el sol de la infancia, también a Pablo Jiménez se le imponen los recuerdos de los primeros años mientras se halla inmerso en las más hondas cavilaciones. Dígalo el poema C-b, que ocupa el centro matemático del libro y cuya entradilla – Cum mortuis in lingua morta , de melómanas resonancias – constituye una impresionante rememoración del paisaje originario, claramente reconocible en los campos de Arañuelo donde vio la luz.
Capaz de encendérseles aún los pulso ante la joven camarera que le sirve la última copa de la noche o derretirse de ternura escuchando la voz del nieto, tan emotiva tal vez como el Adagio de la 1ª Sinfonía de Johannes Brahms (¡qué maravillosa descripción de sus compases!), el poeta se agarra a la vida merced a las magistrales notas, como también lo consigue en su indefectible pelea con el lenguaje, las dos únicas pasiones realmente seguras. Así, este hombre que ve a su padre según se mira en el espejo (nos parecemos más a nuestro progenitor según nos acercamos al final), amante como Cioran de las revelaciones proporcionadas por los insomnios, sigue fiel a la consigna: “Sólo en negro y ángel/el poeta bucea en el abismo/vislumbra rostros, habla/con los dioses, descifra/mortalidades”.
Su verbo nos ayuda a aceptar, acaso entender mejor, los zarpazos de las horas: omnes feriunt, ultima necat.
Jiménez García, Pablo, Circulos, Soria, Diputación Provincial, 2015