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Manuel Pecellín

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LAS LUCES DE ANTAÑO

 

A estas alturas, nadie creerá a un escritor que, en tanto compone poemas, proclama serán los últimos de su actividad creadora. Ya el Ovidio joven, requerido por su padre para que abandonara la poesía y se dedicase a tareas más fructíferas (por ejemplo, las Leyes o la política), le respondió con aparente seriedad: “Iuro, iuro, pater, nunquam componere uersus”. Sólo que aquí  el doble juramento permitía percibir  pronto la falsedad del mismo: venía formulado en un precioso hexámetro latino.

De obedecer, seguramente Publio Ovidio Nasón se habría ahorrado penalidades múltiples, culminadas con el exilio a las fronteras de Ausonia que el César le impuso.  Pero el mundo habría perdido una maravillosa escritura, iniciada con Amores, plena en Metamorfosis y concluida con los conmovedores Tristia.

No sé cuánta obra nos perderíamos  nosotros si llegara a hacerse realidad la proclama de nuestro autor en “El sueño de unas rosas”: “Escribo estos versos, ya tal vez los últimos” (pág. 35). Grave sería, tratándose de una voz como la del autor de Si volviera mayo, más exacta en cada una de sus entregas.

Se aproximan ya a la veintena (casi a uno por año) sus libros, desde El arpa cercenada (1985) a Bóveda y estribo (2012), muchos de ellos editados merced a la obtención del premio correspondiente. La antología que le sacase la Diputación  giungerá l´oblio, publicada por el poeta y editor  de Bari, Emilio Coco.

Si volviera mayo nos confirma esa línea de creciente calidad en la poética de Rodríguez Búrdalo (Cáceres, 1946). Compuesto ante las asechanzas del crepúsculo (ese “roto ya casi el navío”, de fray Luis, o “con el pie ya en el estribo”, de Machado) el libro propone una regreso a los años de plenitud, incluso de infancia, como antídoto contra la ineludible decadencia. Bien conoce Rodríguez Búrdalo que c´est bien court le temps des cerises, según cantaban en la Comuna de París. Pero, cuando los años ya han ardido; la noche nos trae los zapatos del óbito y uno se sabe sólo carne cansada hacia la muerte, resulta tan dulce regresar a los viejos encinares; al tiempo cereal de la belleza primigenia;  a los rastrojos amarillos ; las soledumbres de la dehesa o los barbechos abrasados… Siempre a la caza de esa luz , inasible ya, que  otrora tanto nos alumbrase.

Escrito en versos blancos y libres (sólo hay un poema asonantado, “La casa”, evocación del Cáceres pardal de los cuarenta, pág. 57), impresionan  especialmente los que se dedican a la memoria del padre caído a golpes de fusil o al recuerdo de la madre anciana,  recién muerta. Pero todo el texto, si se exceptúa acaso “Ciudad de Monipodio” (pp.49-51), un divertimento que conduce lúdicamente a la Pradera de San Isidro durante los años 70, está transido de las más profundas emociones, tan fáciles de compartir por lectores de similares vivencias.

 

 

Juan Carlos Rodríguez Búrdalo, Si volviera mayo. Madrid, Beturia, 2015

 

 

 

 

 

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