El retrato de “ la Reina de los Bucles de Ceniza” preside el dormitorio común del albergue madrileño donde cada noche refugian sus miserias un pintoresco conjunto de hombre sin hogar, oficio, ni esperanzas. A uno de ellos se lo encargó dibujar el protagonista de esta novela, Lázaro del Carpio, auténtico trasunto de su homónimo de Tormes, aunque se presente con retoque modernos y hasta explícitamente nietzscheanos.(“A partir de ahora, exclama ante su troupe de harapientos, acepto la vida y la nada, y estoy por encima del bien y del mal. El mundo y de la vida carecen de sentido; sólo me importa el eterno retorno; no existe, ni el valor, solo la apariencia, la materia”, pág. 238).
Si hemos de atribuirle alguna verosimilitud al personaje, habrá que conocer de dónde procede, cómo llegó hasta las alcantarillas, qué metamorfosis ha sufrido alguien evidentemente culto para transformarse de camello en león, acaso también en niño o superhombre.
Se lo preguntan, atónitos, los componentes de este coro griego, doce apóstoles enardecidos tal vez por el alcohol o la heroína, como Elías el Tímido, Oso Cigarrero, Manuel Rojero “el cojo”, El Metadona o La Guindilla, la única mujer en la zarrapastrosa comunidad. De todos ellos irán deslizándose apuntes existenciales a lo largo del discurso, nunca atenido a las leyes de la cronología lógica. Aunque el más próximo a Lázaro, quien lo mejor lo entiende y sobrelleva, es sin duda Santiago Ovando, el pintor, su amigo y cómplice, persona también educada en otros medios antes del derrumbe vital hacia la cloaca. Es el artista quien recibe el precioso diario –pieza básica de la narración- donde aquel reconstruye su propia historia, desde la infancia rural al entorno urbano, sin omitir alusiones a sus antecedentes familiares y el accidente que provocó su derrumbe definitivo. No desvelaré la conclusión, auténtico canto de cisne, tan cómico como trágico, con versión actualizada del timo de la estampita y criminales negocios de mafia milanesa.
Personaje sobresaliente de este libro plural, que tiene mucho de disquisición psicológica, retrato sociológico, novela histórica e incluso thriller, es la admirable abuela de Lázaro, Marina Alancastre, fallecida casi centenaria. La larga sombra de esta “reina de los bucles de ceniza” constituye el telón de fondo de todo el relato. Procedente de familia con tradición liberal, tiene casa solariega en “Aldivieja”, falso topónimo de la Baja Extremadura. Sus habitantes utilizan términos tan inconfundibles para nosotros como chinatos, repiones, ataharres, majanos, zangandón, repantigarse, jabados y tantos otros de nuestra habla popular. Hasta allí nos conduce una y otra vez el Diario del nieto (compuesto en diferente grafía), merced al cual se dan conocer las vicisitudes de la guerra civil, el maquis y la represión franquista, que talarán el frondoso árbol de esta saga extremeña entroncada con sangre lusa. Incluso podrán deslizarse a través de sus evocaciones historias tan tristes como las de las “Trece Rosas”, grupo de jóvenes socialistas fusiladas en Madrid aquel horrible agosto de 1939.
La obra forma parte de una trilogía, junto con El nieto de Vulcano y Vuelta a la libertad. Su autor, natural de La Morera, licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Complutense, que tiene otras obras publicadas, obtuvo el Premio de Novela Corta José Luis Coll 2009 con Lo que necesitas es amor, es dueño de una prosa excelente, donde sobresale la descripción de los paisajes, rurales y urbanos. Notable resulta también su hábil manejo de materiales múltiples: poetas contemporáneos (Machado y Lorca), refranes y dichos del folklore regional, canciones populares, etc.).
No dejan de sorprender, en escritor tan experto, algunas caídas, como ese desconcertante “bis a bis” de la página 178; la supuesta “aurora boreal” (pág. 175) o esos fusilamientos de la plaza de toros de Badajoz “en agosto del treinta y siete” (pág. 201), ocurridos justo un año antes.
Alonso Carretero Caballero, La Reina de los bucles de ceniza. Madrid, Letraclara, 2015.