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JOSÉ LUIS BERNAL, POETA

José Luis Bernal (Cáceres, 1959) podría ser otro ejemplo de un paradigma repetido en la literatura contemporánea: el de los profesores que, dados pronto a la creación poética, van retirándose paulatinamente hacia el mundo de las investigaciones filológicas, el estudio crítico y  el análisis de obras ajenas, más silenciada la voz lírica  propia según se acrecienta su magisterio lingüístico. El actual Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la UEX, reconocido experto en las investigaciones sobre la Vanguardia histórica y la Generación del 27, Premio Internacional de Investigación Gerardo Diego (2007), levantaba  pronto sólidas expectativas en el campo poético con dos libros Primavera invertida y El alba de las rosas, que fueron, respectivamente, Premio Constitución de Poesía (1983) y Premio Cáceres Patrimonio de la Humanidad (1989). Fue asimismo editor de diferente colecciones poéticas (Palinodia y Ediciones Norba 1004), además de dirigir la Revista de literatura Gálibo, donde tanto espacio ocuparían los versos.

Como su inolvidable amigo y mentor Juan Manuel Rozas, Bernal, que también sería un bibliófilo consumado (presidente de la UBEx durante un cuatrienio),  ha seguido siempre fiel a las Musas, aunque fuera de manera tácita. Rompe ahora el largo silencio con este poemario, que se publica  en la impagable “Luna de poniente”,  colección dirigida por Elías Moro y Marino González Moreno.

El título, “Tratado de la ignorancia”, nos sitúa ya en uno de los ámbitos europeos de mayor prosapia intelectual, el del quod nihil scitur  (Francisco Sánchez),o Que sais-je? (Montaigne) documentado hasta hoy bajo distintas fórmulas desde el “yo sé que no sé nada” socrático.

“He destinado algunos de mis trabajos al juicio”, proclama  el agudo jesuita Baltasar Gracián en su excelente Arte de ingenio, palabras que sirven de entradilla a este poemario. “He destinado algunos trabajos al juicio/, este se lo dedico a la ignorancia”, principia Bernal.

Pero la hay de dos géneros: la rayana con la estupidez cerril, desconocedora e ignorante de cuanto le rodea e incluso le atañe, y la del sabio verdadero, la del que, tras arduas fatigas intelectuales, reconoce y admite los límites del conocimiento.  Quizás nadie la expresó mejor que Nicolás de Cusa, en obra  con título paradójico, pero acertadísimo: De docta ignorantia.

Es a esta segunda a la que se adscribe, desentrañándonos , un hombre tan sabio como Bernal,  capaz e sobrevivir al pulso debilísimo del tiempo por encima de dudas, ilusiones recónditas, meditaciones silenciosas, cicatrices ocultas, llantos íntimos y tanteos a ciegas. En este decurso vital ocurre que se pierden certezas, rostros, citas, aniversarios,  agendas, lecturas e incluso  amigos. Aunque permanezcan el melancólico sentir, el espíritu libre, el afán de búsqueda, las vigilias lúcidas y el legado, tal vez inefable, pero indeleble, de lo vivido.  Y, cómo no, el verbo. “Solo recuerdo la emoción de las cosas y se me olvida todo lo demás; muchas son las lagunas de mi memoria”, son palabras que se atribuyen a Machado. La nuestra, esa capacidad de evocación, tan a menudo sostenida por una simple magdalena dentro de una taza de té (Proust), quedará permanentemente impregnada por estos poemas. Nos facilitarán situarnos “allí donde los inocentes nada piden,/comparten la pobreza perfumad/las sonrisas del hambre, con la muerte”.

Acorde con su carácter, tan mesurado en gestos y palabras, los poemas de este autor brotan siempre de manantial sereno. Y si tampoco a él le faltan gotas de sangre jacobina, nunca apela al grito o a la expresión abrupta. Su  voz rehúye  estridencias y desgarros, seguro de comprometer a los lectores por la honestidad que los versos trasmiten y la limpieza misma de la expresión.

 

José Luis Bernal Salga, Tratado de ignorancia. Mérida, De la luna libros, 2015.

 

 

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