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Manuel Pecellín

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HACERSE NADIE

 

Todo cuanto  se refiere (más bien poco)  en las 285 páginas, distribuidas en teselas (131) de esta densísima obra (casi no hay puntos), ocurre en una pequeña, provinciana ciudad. Nunca se la nombra, pero se recoge que tiene río, muralla y casonas; perviven aún los oficios tradicionales; todo el mundo se conoce  y en su plaza (anillo) los mozos continúan la añosa costumbre de comer juntos el “calbote”, suerte de comunión laica,  como un rito de amistad. El sitio más visitado (de “Murania”, sin duda) es la bodega, donde bajo la imperiosa mirada del mesonero se reúnen cada día los personajes secundarios de la novela,  tipos populares  que pueden simbolizar algunos de los defectos o virtudes características de la especie humana: el herrero, el ermitaño, el guardián de la casi derruida fortaleza, el carpintero, los dos mellizos,  el viejo lúcido, el borrachucio Fiat, el Papagallo (sic) y otros singulares especímenes.

En aquella tertulia etílica se bebe el vino de cosecha y se habla sobre lo que sucede (insignificancias) por los alrededores. Todo irá transformándose con la llegada de un forastero, cuya conducta desconcierta a la parroquia, muy especialmente por el rasgo más chocante: practica un absoluto silencio, negándose a hablar por mucho que se le provoque o incite. Carente de nombre, edad, oficio y pasado, busca allí refugio, tras prescindir, no se sabe por qué razones, de cualquier tipo de lenguaje, hablado, escrito e incluso gestual. Resulta imposible establecer con tan extraño personaje ningún género de comunicación, ni él la busca de los demás, si bien poco a poco va habituándose a compartir espacios comunes. No obstante, este Nemo (en latín “nadie) se convertirá en el factor clave de las metamorfosis que irán experimentado bastantes vecinos, hasta el punto de que varios de ellos, tan locuaces hasta entonces, se sumarán también a las “taciturnidades del labio”. Sólo la conmoción de Nemo ante una paloma herida o el desconsuelo de su llanto final, impensable en tal hombre, lo asimilan a los otros mortales.

De este singular proceso irá dando cuenta el escribano de la villa. Trasunto sin duda del propio autor, irá refiriendo en primera persona, cual narrador omnisciente,  hasta los más mínimos detalles, a la vez que añade referencias a acontecimientos  anteriores  similares (tremebundo el del predicador  suicida) o, convertido en filósofo, discurre una y otra vez (abundan las reiteraciones) sobre la vida y la muerte, la trascendencia, los factores determinantes de la conducta, la entidad y funcionamiento de las palabras y, cómo no,  los  límites del lenguaje. Asunto éste de antigua raigambre (recuérdese al viejo Gorgias afirmando que nada existe;  y, si existe, no lo podemos conocer; y, si lo conociéramos, no lo podríamos decir); fomentado por el spleen romántico y convertido en tema central de la filosofía  y la literatura contemporáneas, es seguramente el núcleo central de esta novela. Algunos poemitas ocasionales (más bien ripiosos) resumen las “senectas” (otro de los frecuentes neologismos del novelista, versado en latines y cultura bíblica).

Parece inútil a estas alturas un elogio del escritor, que viene recabando las calificaciones más altas de plumas como Luis Landero,  Sánchez Ferlosio, Ángel Harguindey, J.M. Pozuelos o Rafael Reig. (Por cierto, ésTe ha escrito que Hidalgo Bayal es el Nabokov extremeño”. No obstante, en Nemo (“Nimú”)  no se percibe la más mínima alusión al erotismo, resultando todos sus personajes absolutamente asexuados).

Hace casi seis  lustros, Ángel Campos me entregó un original que no dudé en llevar a imprenta. Fue así como saldría a luz la primera novela de este autor (n. Higuera de Albalat, 1950), Mísera fue señora la osadía. Cada uno de sus libros posteriores, y son numerosos, no han hecho sino confirmar lo que ya entonces se captaba y Ricardo Senabre consagrase en El Cultural de El Mundo: “Hora es ya de proclamar la excelencia de un autor que habría que situar en la primera línea de nuestros narradores actuales. En la línea de Julio Cortázar, Raymond Queneau, G. Cabrera Infante o Julián Ríos”. Magister dixit.

 

Gonzalo Hidalgo Bayal, Nemo. Barcelona, Tusquets, 2016.

 

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