Pobladas desde épocas muy antiguas, las tierras que conforman Extremadura han conocido numerosas civilizaciones. Pueblos ignorados o mal conocidos fueron dejando aquí huellas, que los investigadores se esfuerzan por datar con los métodos más actuales. Lamentablemente, muchos de los tesoros protohistóricos “extremeños” se hallan en museos foráneos, donde lucen como piezas valiosísimas. (Baste recordar los tesoros de Bodonal, Berzocana, Sagrajas y Aliseda, o el fantástico Disco de Teodosio localizado en Almendralejo a mitad del XIX).
Guarda el Arqueológico de Madrid una reliquia fascinante. Se la conoce como la “teja (tégula) de Villafranca”, que ha encontrado en David Gordillo Salguero, prologuista de la obra aquí reseñada, a su más joven estudioso. Se trata de un documento singular, una carta escrita sobre el húmedo barro de la tégula en el latín del Bajo Imperio, con rasgos lingüísticos vulgares, lo que permite datarla a finales del siglo III o principios del IV. La encontraron (c.1899) los trabajadores de unas obras en un solar próximo al hoy centro de la población (calle Santa Eulalia. Aunque la fractura del margen inferior añade dificultad para leer el texto que conforman sus quince líneas, en una superficie de 52 x 40 cms., reza así:
“Maximus nigriano et hoc fuit providentia actoris ut puellam qui iam feto tollerat mitteres illam ac tale labore ut mancipius dom(i)nicus periret qui tan magno labori factus fuerat et hoc maxima fecit trofimiani fota et castiga illum….”.
Así que Máximo, dueño del latifundio , reprocha Nigriano, administrador del predio, que había hecho trabajar rudamente a una joven esclava, recién parida, lo que debió provocar la muerte del neonato, dañando así el patrimonio. Algo tuvo que ver una tal Máxima, coima de Trofimiano, al que pide se le castigue porque, además, éste (según cabe deducir de las palabras abreviadas, que no hemos reproducido), alteró los mojones de otra finca, (próxima a Montánchez
Valeriano Cabezas de Herrera (Campanario, 1942) se inspira en este excepcional documento para componer una novela histórica, donde los personajes aquí aludidos, más otros adláteres, recrean lo que fue aquel mundo de poderosos señores, libertos manumisos y humildes esclavos en una gran finca de Lusitania. La obra alterna los pasajes de contextualización con el desarrollo de la trama urdida en torno a la esclava que, sometida a excesos laborales, pierde a su hijito, lo que irrita al dueño del latifundio (por razones no humanitarias, sino crematísticas). El escritor construye de forma imaginativa, pero perfectamente verosímil, un mundo donde la clase dominante, apoyándose en los privilegios que el derecho romano le otorgaba, se esfuerza por mantener el (de)orden establecido, dispuestos los más fuertes a reprimir posibles rebeliones. Sólo el heredero, sin atenerse a las normas clásicas, conseguirá resolver las incógnitas reunidas en torno a los crímenes, robos, amaños ilegales y demás exacciones que venían desarrollándose ante las barbas paternas, sin que el viejo patricio supiese cómo. Aunque no resulta fácil combinar los tres elementos manejados: las referencias espaciotemporales; el imaginativo relato de acontecimientos anecdóticos, más las opiniones propias, que el autor gusta intercalar, el texto discurre placenteramente, sin grandes pretensiones literarias, pero con prosa correcta y exquisita fidelidad a los imperativos históricos.
Perceiana (su etimología es dudosa), la villa donde los amos se refugian para eludir las incomodidades de la metrópolis emeritense, se erige como un símbolo del Imperio romano, ya en vías de derrumbe. El autor proporciona sobrada información para conocer las principales instituciones, los problemas más acuciantes, la decadencia sociopolítica de aquel monstruo ya con pies de barro. Ocasionalmente, junto con los hilos de la trama, va informando también sobre la historia de Roma, la fundación de Mérida, los cargos públicos y otros mil detalles precisos para entender la enorme maquinaria que llegó a extenderse por casi todo el mundo conocido. Si a veces se permite la licencia de introducir términos anacrónicos en el relato (tipo lumpen, macho alfa, cimarrón, huracán), abundan los latinos (se adjunta siempre la oportuna traducción), incluso técnicos, para designar, armas, vestidos, comidas, usos y costumbres, lo que incrementa la verosimilitud de su historia y el interés de los lectores.
Cabezas de Herrera Fernández, Valeriano, Perceiana. La tegula de Villafranca. Badajoz, Diputación, 2017.