Hubo un tiempo en que los dioses nacían en Extremadura. Así lo proclaman el novelista García Serrano y, posteriormente, el Conde de los Canilleros, historiador, refiriéndose a los conquistadores del Nuevo Mundo. Aquella tremenda estirpe fue considerada por muchos pueblos indígenas como encarnación de seres superiores y, más allá del juicio que sus desorbitadas actuaciones nos puedan merecer, demostraron extraordinarias capacidades de valor, resistencia física, ingenio y desenvoltura para afrontar victoriosamente empresas cuasi sobrehumanas con medios mínimos. Caro lo pagarían casi todos ellos.
Junto a los nombres míticos de Hernán Cortés, Pizarro, Hernando de Soto, Orellana, Núñez de Balboa, Alvarado o Pedro de Valdivia, puede figurar el de Ñuflo de Chaves (1518-1568), si menos conocido, no inferior en empuje y entrega para el descubrimiento, conquista y colonización de nuevos territorios allende el Atlántico.
La obra que acaba de dedicarle su paisano Francisco Cillán, aunque no despeja todas las dudas que la biografía del personaje mantiene, permite una aproximación muy sustanciosa al mismo, sobre todo durante sus años americanos. Porque de la infancia y juventud bien poco se sabe. Ni siquiera es absolutamente seguro que naciera en Santa Cruz de la Sierra, pueblo del alfoz de Trujillo, o que se llamase “Ñuflo”, pues textos de la época a él referido recogen otras variantes nomínicas.
Hijo de familia hidalga (su hermano Diego fue confesor de Felipe II), con casa solariega en Trujillo y de buena instrucción, pasa a la América austral cuando el imperio incaico y sus enormes riquezas estaban ya en manos de los españoles. Pero quedaban aún muchas zonas periféricas por el Cono Sur sin conquistar, donde tal se encontraban fabulosos yacimientos de metales preciosos, llámense El Dorado, Sierra Rica, Sierra de la Plata o Cerro Rico, que a la postre se encarnarían en las inagotables minas del Potosí.
Don Ñuflo lo buscará afanosamente, bien al servicio de otros gobernadores, como Álvar Núñez Cabeza de Vaca o el vasco Martínez de Irala, bien por iniciativa propia, por latitudes que se corresponden con las actuales Argentina, Paraguay y Bolivia. El también extremeño Martín del Barco Centenera (n. Logrosán, 1535), tantas veces aquí citado, lo evoca a menudo en las octavas del poema histórico Argentina y conquista del Río de la Plata con otros acaecimientos de los reinos del Perú, Tucumán y el Estado del Brasil. Baste decir que D. Ñuflo, que al parecer hablaba el guaraní, recorrió muchos miles de leguas con sus menguadas tropas y fue el primero en ir desde el Atlántico al Pacífico superando ríos enormes, gigantescas montañas, pantanos inmensos y belicosas tribus, no pocas antropófagas, uno de cuyos miembros terminó al fin arrebatándole la vida con ruda maza.
El Dr. Cillán, autor de numerosas publicaciones, ofrece la relación más ajustada posible de cuanto llevó a cabo Chaves, resaltando la fundación (1561) de Santa Cruz de la Sierra, hoy gran ciudad de Bolivia (millón y medio de habitantes), bautizada como el pequeño rincón que lo viera nacer y que él poblaría llevándose desde Asunción, en impresionante “gran marcha”, buena parte de sus colonos. Ateniéndose a fuentes de la época y a historiadores posteriores, el autor compone a la vez un ambicioso marco del contexto dela conquista y colonización suramericanas.
Francisco Cillán Cillán, Ñuflo de Chaves en la conquista de Bolivia Oriental. Cáceres, Diputación, 2018.