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Enrique Falcó

ENRIQUE FALCÓ

Bicicleta, cuchara, manzana

 

 

Ayer noche, tras degustar una opípara ensalada de las mías, y de las que tanto le gustan a mi novia (aunque no se lo crean, preparo unas ensaladas que quitan el hipo, no todo va a ser carnaza) me decidí a relajarme y reírme un rato con la divertidísima serie Modern Family en el canal Neox. Me la habían recomendado hace ya muchos meses mis cuñados Jesús y Olivia, quienes insistían en que mi menda les recordaba a Cam (Para que se hagan una idea, el gordo gay de la serie) pero creo que no me decidí a verla hasta hace un par de meses, cuando mis amigos Óscar Vadillo y Adolfo Campini, y sus respectivas, me confesaron lo mismo. Gracias a la magia de Internet en apenas un par de semanas me ventilé las tres temporadas disponibles, unos 60 capítulos desternillantes y lamentablemente de apenas 20 minutos cada uno.

 

Mi personaje favorito (y sosias) Cameron

Mi personaje favorito (y sosias) Cameron

 

 Reconozco que a pesar de mi gran sentido del humor, y mi facilidad para encajar coñas de toda índole no me gustó especialmente lo de equipararme a un “gordaco” que perdía aceite. Pero tras un par de episodios, nada más lejos de la realidad, me siento orgulloso si alguien me relaciona con tan divertido personaje, es más, no paro de presumir desde entonces. Con Modern Family me ocurre lo mismo que con tantas series que me gustan, como Aquí no hay quien viva, Los Simpsons, Futurama, ó La que se avecina, que no me canso de ver una y otra vez los mismos capítulos. Y eso a pesar de mi prodigiosa memoria, que ya la conocen ustedes, pero es que me encanta. Sé casi lo que va a pasar en cada momento, los textos y chascarrillos de cada situación… pero me parto. Creo que todo esto me viene desde que era pequeño, cuando apenas existían una veintena de capítulos de Barrio Sésamo y nos lo emitían cada tarde para merendárnoslo con el pan y el chocolate. Nada más emitir la primera secuencia quien suscribe ya sabía cual era el episodio de turno.

Ironías del destino, tras acabar la serie, zapeando, me encontré con el documental Bicicleta, cuchara, manzana. Una dura película que recoge la intensa lucha contra el Alzheimer que Pasqual Maragall, su familia y su fundación, han mantenido durante dos años.  A pesar de la dureza,  y de ser especialmente sobrecogedora, invita al optimismo. Pero mentiría si no les confieso que me contagió de gran inquietud,  por aquello de si algún día a mí, la ironía del destino, querrá castigarme con tan desolador castigo. Siempre he presumido de mi memoria, y cualquiera que me conozca sabrá que es cierto. Mi madre insiste en que si la hubiera utilizado para estudiar de verdad en lugar del título de magisterio podría haberme sacado una notaría, pero el problema es que sólo funciona con lo que me gusta, y con lo que considero importante. Para que se hagan una idea: La ropa y los coches por ejemplo, no me interesan, al igual que los nombres de las personas, e incluso sus caras, y los olvido fácilmente, ahora bien, soy capaz de recordar casi palabra por palabra las conversaciones que me interesan, así como los diálogos de mis películas favoritas, o situaciones y momentos que me parecen importantes en mi vida. Pensar que algún día pudiera llegar al punto de casi no recordar siquiera quien soy se me antoja insufrible e irónico, y no sé si tendría los bemoles del señor Maragall para echarle un par de belfos como le echa él. El destino no está carente de cierta ironía, pero su seguro servidor, ateo, por la gracia de Dios, ruega a cualquier divinidad existente que no me haga purgar pena parecida por muy indecentes y lamentables que pudieran ser mis pecados (en el tema de los pecados capitales la llevaría clara sólo con la gula, la lujuria y la pereza, y por ese mismo orden). Pasar de ser un ejemplar habitante de la memoria a un simple visitante, sería condenarme a algo peor que a pasar toda la eternidad en las calderas del mismísimo Infierno. Confiemos en que la feliz providencia siempre disponga para nosotros algo mejor de lo que realmente nos merecemos. Y hoy especialmente ustedes me perdonarán que recurra al LOCH LOMOND para despejar tan siniestras hipótesis, que guardaré en el fondo de mi intratable memoria en pos de protagonizar mis peores pesadillas.

Don de LOCH LOMOND

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marzo 2012
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