Son las dos de la tarde y dos compañeros de la oficina de patentes se encuentran en una ferretería.
Tú por aquí.
Lo mismo digo.
Aquí, comprando unas cosillas para la casa.
Yo solo estoy mirando.
Hay buenas ofertas.
Sí, ya he visto. Pero no voy a comprar nada.
Hombre, a lo mejor se te antoja algo.
No creo.
¿Tienes todo lo que necesitas?
Me falta un tornillo.
Pues has venido al sitio adecuado.
Sí, ya me había dado cuenta.
¿Qué clase de tornillo?
¿Perdona?
¿Que qué tipo de tornillo necesitas? ¿De estrella, plano, hexagonal?
Me vale uno que sujete.
¿Para pared, madera, baldosín, hormigón? Porque hay que tener en cuenta el material, si vas a taladrar en un muro maestro…
Oye, ¿tú vas a comisión?
De incógnito. Y ya compré todo lo que necesito.
Lo mismo se te olvida algo.
Mi mujer siempre me dice lo mismo.
¿Mala memoria?
¡Qué va!
¿Mala caligrafía para entender lo que escribes?
No escribo nunca.
¿Mala conciencia?
¿Por qué?
Dejar constancia de tus pensamientos conlleva riesgos.
¿Hablamos de lo mismo?
¿De la lista?
Uy, a esa no la veo desde hace años.
Creo que está en tratamiento.
Lo que hay que ver, pobre.
Bueno, hasta otra.
Me alegró verte.
Se despiden con un apretón de manos y se olvidan el uno del otro.
En la oficina, al día siguiente, no se dirigen la palabra.