Con la que está cayendo y te pones a regar. ¡Si está lloviendo, melón!
Pero es que lo había prometido, y él era un niño que no faltaba jamás a su palabra.
Anda, entra en casa antes de que te calce una hostia.
Pero el niño se hace el sordo y sigue regando mientras el cielo se pone más y más negro.
¡Dios santo, es que eres tonto, niño!
Tonto no era, claro, y había dado su palabra.
El padre coge al niño del brazo y el niño se aferra a la manguera. El padre es grande. Grande comparado con el niño, que resiste el primer tirón del padre hasta que se le resbalan los dedos y la manguera cae sobre las azaleas y moja al padre y al niño, aunque con la que está cayendo ni lo notan.
El niño, en albornoz y con un tazón caliente de leche y miel, observa a través de la ventana de la cocina, cómo baila la manguera mientras truenos y centellas caen del cielo.