Esta foto no da el mínimo, Pascual.
Lo dice el jefe de imagen de la empresa donde Pascual pasa sus días sin pena ni gloria hasta que algo sucede en su ciudad y lo mandan a cubrirlo, a él, que no había tocado una cámara de fotos en su vida y que lo máximo que había hecho era ponerle un paspartú color aguacate a la foto de su sobrina.
Pascual lleva ya cinco años en el puesto y desconoce la verdadera causa de que no lo hayan despedido cuando el segundo día trajo desenfocada la foto de un maniquí que estaba quieto como un muerto. Es que le ha fotografiado el alma, soltó Aurelio, el redactor de sucesos, cuando el jefe de imagen se la mostró. El descojone, cierto, fue de aúpa.
Y es que la hija de Pascual, sí, la pechugona, tiene un lío con el director del periódico y, por supuesto, a menos que saque una foto completamente blanca o negra como boca de lobo, a él ni mentarle, que por los pechos de la muchacha es capaz de sacrificar su carrera, su puesto de director, su vida, en suma. Su mujer le ha pedido el divorcio y el director lo ha puesto en manos de sus abogados.