Lo hice porque tenía hambre. Eso es lo primero que tienes que saber. Que yo no me como el donut de nadie así como así. Me vino un ataque de hambre como el que me dio en navidades cuando me comí la caja de polvorones. Ya sabes que no soy goloso y cuando el cuerpo me pide azúcar, pasa lo que pasa. Claro que el donut, por cierto, estaba rancio, tampoco te perdiste nada. Pero se estaba tan bien en la penumbra de tu salón mientras la gente se cocía en la calle. También me gustaría que quedase claro que el donut, además de rancio, lo había pagado yo. Me dirás que no te acuerdas, pero yo sí. Así que cuando te comas el próximo donut estaremos en paz. Eso sí, déjalo una par de días en la terraza para que se endurezca y sepas lo que es tragarse una piedra que antes fue un donut. También me bebí la leche que quedaba. ¡No querrías que me asfixiase con el maldito donut!