Caminaron todo el tiempo cogidos de la mano
y el miedo de uno eliminaba o mitigaba
de algún modo
el miedo del otro,
así que los dos niños cruzaron el puente sin temor
porque iban cogidos de la mano de su amigo,
de su mejor amigo,
aunque luego, ya de mayores,
no tuvieron mejores amigos,
y ni siquiera saben ahora qué es del uno
y qué es del otro,
no saben nada,
pero ese día cruzaron el puente juntos,
cogidos de la mano de ese amigo y no de otro,
y son esos momentos los que el señor Jacovicz recuerda
mientras observa como el cielo se divide en dos
y una franja negra va oscureciendo
el asfalto por donde una vez cruzaron
hacia ese puente
los dos mejores amigos,
su amigo y él,
juntos,
sin temor,
como si la ecuación miedo más miedo
anulase el miedo que sentían o,
simplemente,
no se dijeron que tenían miedo
por no descubrirse ante el otro,
los dos amigos,
cobardes,
pero cogidos de la mano,
infundiéndose ánimos sin saber que estaban cagados de miedo,
pero cogidos de la mano,
así que ahora la mano del señor Jacovicz
descansa sobre el libro de cuentas
y la de su amigo,
la mano de su amigo,
quién sabe,
aunque al señor Jacovicz le queda ese recuerdo
donde la mano permanecerá siempre unida a la suya,
hasta que él se marche,
sabiendo que su amigo no está solo,
solo parte de él,
cuando ya no importe si tienen miedo o no.