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Democracia vertical

 

Un grupo de amigos hablábamos cosas recientes de la historia de España, y con nosotros estaba un joven compañero filósofo. Criticando la forma de actuar del Gobierno actual, por sus respuestas ante las manifestaciones en la calle, las amenazas hacia algunos medios de comunicación, algunos proyectos de leyes (Educación, Aborto, Libertad de Expresión, privatizaciones, etc.), se me ocurrió manifestarlo mediante la expresión ‘democracia vertical’.

 

Intervino de inmediato nuestro joven amigo para asociar la expresión con la ‘sonrisa vertical’. Todos nos sonreímos. Él, un poco sorprendido, dijo:

 

  • ¿Qué pasa? ¿No te referías a eso? Porque este Gobierno, una de dos, o te cabrea o te da risa. Y yo prefiero la risa, y cuanto más próxima a la ‘vertical’ mejor.

  • Me encanta, intervine yo, que asocies esta conversación con pensamientos agradables. Como eres muy joven te puedes permitir haber sobrevolado ciertas etapas de nuestro pasado no muy lejano, como puede ser la historia sindical de la España de Franco.

  • ¿Por qué?

  • Porque ‘vertical’ se llamaba el Sindicato de la Dictadura. Y me gusta, repito, que tú seas ‘alegre’, pero te aseguro que aquella verticalidad no era nada divertida, sobre todo cuando el trabajador se atrevía a pensar y a expresar el pensamiento por su cuenta.

 

Aunque el concepto de verticalidad no implica un determinado sentido, sino sólo la dirección de arriba abajo o e abajo arriba, sin embargo, por tradición, casi siempre la entendemos de arriba abajo. Por eso la verticalidad del poder implica que quien manda está arriba, aunque sólo sea para ‘ver mejor’, para vigilar.

 

Tradicionalmente, quien manda no pregunta, impone. De ahí que parezca paradójico hablar de ‘verticalidad democrática’, porque, de hecho, el pueblo no actúa desde arriba; vota, pero no manda. Los votantes sólo tienen alguna capacidad para decidir quién gobierna y un poco cómo debe gobernar, ya que, en democracia, suele estar permitida la crítica. Pero de mandar se encargan los elegidos.

 

Me parece coherente asociar hoy ‘democracia’ y ‘vertical’ por la forma de actuar de muchos políticos una vez que son elegidos en las urnas. Primero prometen lo que consideran que puede gustar al posible votante. Pero después ya se consideran ‘legitimados’ para hacer lo que les parezca, incluso lo contrario de lo que se había prometido, siguiendo el consejo de Maquiavelo: El Príncipe puede tomar una decisión y su contraria, con tal que sea capaz de ‘justificarlo’ (‘no me di cuenta’; ‘pienso que ahora es mejor esto; ‘la herencia recibida fue una sorpresa negativa’; etc.). Después sólo queda la actitud del votante en relación con su capacidad crítica, o con su disponibilidad a la hora de conformarse, de aceptarlo todo. Es posible que esta tendencia se deba a que ciertos partidos políticos carecen de mentalidad de Estado, y tardan en sacudirse de esos viejos tics (decidir sin consultar), una vez pasadas las elecciones. Porque, como decía Otto von Bismarck, el político piensa en las próximas elecciones; el estadista, en las próximas generaciones. Pocos se arriesgan a hacer lo que deben, si piensan que les puede costar pérdida de votos.

Uno de los paradigmas de todo lo socialmente ‘vertical’ proviene de la teoría teológica de la ‘sinkatábasis’, según la cual, Dios había tenido a bien descender del Cielo y participar con el hombre en la tarea de su salvación. Los humanos, por su cuenta, no la hubieran podido alcanzar. Y siendo mayoría de ellos tan necios, con tan dura cerviz, necesitan la gracia de Dios y mano dura. Esta gracia (regalo) recibe el nombre de condescendencia divina. En su forma griega, dicha palabrita se compone de tres partes: ‘sýn’ (con), ‘katá’ (abajo, de arriba abajo) y ‘báino’ (andar, ir, marchar, venir): descender en auxilio del desvalido, víctima del pecado original. Pero no tendría efecto sin una moral exigente y represiva. Los habitantes de los Estados ‘teocráticos’ participan de estos ‘misterios’, donde no hace falta entender nada para tener que obedecer.

Tampoco el obrero en tiempos de Franco se las podía arreglar solo. Era un ‘desvalido’, semianalfabeto,no estaba preparado para conocer sus derechos ni sus deberes, y, por tanto, no podía llegar a agradar a su jefe ni a sus altos gobernantes. Era, en terminología kantiana, un menor de edad, no podía atreverse a saber, y menos a tomar decisiones que afectaran al empresario o a los dirigentes. Y es aquí donde aparecen los funcionarios del Sindicato Vertical, preparados para saber, sin dudar, lo que les venía bien a los trabajadores, para que no perdieran tiempo en reivindicaciones (huelgas) y para que los ‘buenos’ fueran bien tratados por los empresarios. Todo bajo el más estricto concepto de ‘justicia’, cuyo concepto es etimológicamente divino, ya que proviene de Júpiter.

Por Juan Verde Asorey

 

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Sobre el autor

Desde la AFEx queremos que la actividad filosófica llegue no solamente a alumnos y profesores, sino también a la sociedad en general. La Filosofía es el instrumento intelectual que sirve para analizar y valorar los hechos humanos y las conductas. La Filosofía, como expresión crítica de la conciencia de su época, tiene que ejercer, sin dejar la ironía y el humor, la función del 'tábano' socrático para espabilar, despertar y espolear a la sociedad.


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