Hace unos días, al finalizar una comida entre correctores de selectividad, a la hora de averiguar la cantidad a poner por cada comensal, se le encomendó esta tarea a… el profesor de matemáticas. Éste, sin alterarse lo más mínimo, sacó el móvil, puso la aplicación de la calculadora, y ¡eureka! solución y resolución (me refiero a que también se indicaba la propina).
Me acordé entonces…: que siempre, de siempre, me ha interesado eso que suele llamarse “ciencia”, “investigación”,”tecnología”, etc. Hace algún tiempo había en bachillerato una asignatura denominada “ciencia, tecnología y sociedad” que, aunque no llegué a impartirla, sí que era “santo de mi devoción”. Y lo que me trae aquí ahora es una cuestión cercana-actual (la anécdota) y al mismo tiempo lejana-histórica (la asignatura). Me explicaré.
Cercana, porque hace tiempo que existe en la sociedad actual una división entre “los de letras” y “los de ciencias”; lejana, porque podemos rastrear divisiones de este tipo a lo largo de toda la historia del pensamiento (desde la célebre distinción Trivium/ retórica, gramática, dialéctica/ -Quadrivium/aritmética, geometría, astronomía, música; hasta la distinción entre trabajo intelectual/trabajo manual)
Pero me voy a quedar en la cuestión cercana.
En el siglo XIX, por 1880, ya hubo una polémica entre promover la educación científica (por parte de T. H. Huxley, que curiosamente al mismo tiempo también deseaba promover el estudio de la Biblia, más bien por lo que atañe a la formación ética) o promover la formación de “hombres instruidos”, para lo cual era indispensable la literatura clásica (M. Arnold).
Y en el siglo XX, me voy a hacer eco de una conocida conferencia dada por C.P. Snow, en 1959, en la que hablaba de las “dos culturas”: la cultura científico-técnica y la cultura humanística.
Nos llevaría lejos, quizás muy lejos, tratar la cuestión y lo dicho por Snow. Baste decir que es un campo vastísimo, y además muy intrincado. Solo haré un pequeño apunte.
Señalaba Snow la separación existente entre la cultura científico-técnica y la cultura literaria, o tradicional, y abogaba, sin hacerse demasiadas ilusiones, por la superación de dicha situación.
Snow criticaba tanto la incultura literaria de los científicos como la actitud de los intelectuales “de letras” hacia la cultura científica. Decía, respecto de estos últimos, en su conferencia:
“Cuando oyen hablar de científicos que no han leído nunca una obra importante de la literatura inglesa, sueltan una risita entre burlona y compasiva. Los desestiman como especialistas ignorantes. Sin embargo, su propia ignorancia y su propia especialización no son menos pasmosas.[…] Una o dos veces me he visto provocado y he preguntado a la concurrencia cuántos de ellos eran capaces de enunciar el segundo principio de la termodinámica. La respuesta fue glacial; fue también negativa. Y sin embargo, lo que les preguntaba es más o menos el equivalente científico de ¿Ha leído usted alguna obra de Shakespeare?”
En mi fuero interno siempre procuro estar atento a este tipo de preguntas “sencillas”: ¿qué es la masa? ¿podrías averiguar la siguiente derivada? ¿quién escribió Los hermanos Karamazov? ¿qué es un oxímoron?. Y no se trata del célebre concurso televisivo “Saber y ganar”: se trata más bien de buscar la integración de múltiples “culturas”, no en términos de inclusión o exclusión, sino buscando puentes de participación entre mundos compartidos.
Por Carlos J. Lozano