Intentando averiguar donde iban tantas personas de madrugada los domingos con utensilios playeros en una ciudad que solo tiene un río plagado de nenúfares, descubrí los viajes a la playa de un día en autobús, y me apunté.
Faltaban 10 minutos para las 8 de la mañana. Estaban todos los viajeros preparados en el lugar acordado armados con sillas, sombrillas y nevera para luchar contra el calor y la arena. El conductor abrió la puerta, colocamos las armas en el maletero vestidos como un ejercito desigual camuflado con chanclas, toallas, zapatillas, bañadores de colores: amarillos, celestes, naranjas,… Me senté junto a la ventanilla. Hacía tiempo que no me montaba en un autobús. La última vez que lo hice tenían un cartel donde se leía zona para fumadores y no fumadores.
Una suave y educada voz femenina nos daba la bienvenida por los altavoces anunciando que en dos horas llegaríamos a la playa de Meco en Portugal. Según la guía y organizadora del viaje, una playa aislada donde se perdían artistas y bohemios para abstraerse del mundo. Sería en ese tiempo libre que les queda mientras se dan premios entre ellos para quejarse de la falta de trabajo.
Quería hacer el viaje de los que no tienen tiempo o dinero para irse de vacaciones y he descubierto una opción para fines de semana de calor insoportable. Pasé un domingo sin fútbol, rebozado en arena junto a otros cuerpos pringosos de protección 50. Cuerpos brillantes por el sudor recorrían la orilla a toda velocidad, estilo Rajoy, hundiéndose en una suave y tibia arena. Cuerpos deformados por excesos juntos a hermosos cuerpos modelados con sudor. Cuando el mar empezaba a adquirir tonalidades plata y el sol provocaba a las cámaras de fotos para que salieran de su letargo llegó el momento de la retirada. Sombrillas recogidas, sillas plegadas,arena incrustada y otra vez camino del autobús para ver anochecer entre el murmullo de excursionistas enrojecidos por el sol. Hasta el próximo domingo.