La Llorona es el alma en pena de una hermosa mujer vestida de blanco que todas las noches vaga por las calles o a las orillas de los ríos, lamentándose por la pérdida de sus hijos, su belleza ejerce una gran atracción en todos los hombres y sus gemidos y lamentos aterrorizan a todo el que la escucha. Para los mejicanos era una presencia tan real que incluso se decretó un toque de queda para que nadie saliera de casa pasadas las 11 de la noche o se acercara a los cristales de las ventanas.
Es muy posible que esta leyenda haya tenido su origen en la antigua cultura azteca, donde se creía firmemente en la existencia de las Cihuateteo, que no eran otra cosa que los espíritus de las mujeres muertas durante el parto, a quienes honraban por haber perdido la batalla que representaba el dar a luz. Quizá esta leyenda fue más adelante adoptada por los españoles durante el tiempo de la colonia y se le asoció con La Malinche o Doña Marina quien fuera la traductora oficial de los españoles cuando llegaron a Méjico Tenochtitlan. Como la Malinche tuvo un hijo con Hernán Cortés es considerada, entre muchas otras cosas, la primera madre de Méjico.
En Extremadura tenemos lloronas o plañideras desde la época romana… esta última tradición se ha recuperado recientemente en Mérida, aunque sea de manera figurada, por la Asociación recreacionista Emérita Antiqua, quienes recrearon un funus o funeral con plañideras digno del cadáver del mejor de los legionarios, aunque aquí no se trata de seres paranormales, ya que desde la antiguedad se consideraba que era necesario hacer un gran ruído al lado del difunto para que el alma abandonara el cuerpo para siempre. Por este singular oficio se conocerá a Garrovillas como el pueblo de los llorones, pero lo cierto es que no sólo existió aquí este singular trabajo, sino que también existieron lloronas en Hervás y Coria. Y si famosas fueron las lloronas de Garrovillas de Alconetar también lo fueron las plañideras de Guijo de Granadilla. Cuenta el investigador Félix Barroso que “todavía queda memoria en la gente mayor de las lloronas por tierras de Granadilla, que, en el cortejo fúnebre, incluso se revolcaban por el suelo, dando enormes alaridos. Incluso cuentan que una de ellas, metida tan de lleno en su papel, se aferró al ataúd cuando lo metían en el bochi y cayó al hoyo abrazada a él”.