Hoy el cielo está ensangrentado.

Como los ojos de lo que parecía una niña, gritando todo lo que su débil garganta le permite y encontrando el límite de elasticidad de su pequeña yugular.

Hoy el cielo está sangrando.

Como las heridas de una madre necesitada de un momento de sosiego entre tanto ajetreo, lloviendo sobre mojado, lágrimas de hiel, gato enjaulado. Otrora ejemplo de templanza y fortaleza, hoy el castillo de naipes cayó.

Móvil en mano, cabeza gacha, el paseo me lleva al final del día. Pronto se irá a dormir. Hoy su dormitorio ha sido su cárcel… ¿Me habré excedido? Con permisos penitenciarios para hacer una visita fugaz al baño y un tercer grado que permitía una ducha rápida, no más… ¿Habré sido cruel? Quedó muy claro desde el principio y así lo ha entendido. Con su botella de agua y su paquete de pañuelos, se ha podido hidratar y deshidratar cuando así lo ha querido. El rancho en su propia jaula a la hora de la merienda y para cenar, le ha permitido no morir de inanición.

No sé qué me ha costado más, si retener mi brazo para no darle una bofetada o retener ambos brazos y evitar corresponder su abrazo – “Papá, ¿puedo darte un abrazo?”– entendiendo que su padre siempre va a estar ahí, siempre podrá ser su apoyo, pero hoy no está el horno para bollos tras haber decidido cruzar el límite.

Un suspiro me hace elevar la mirada, buscando mi fuerza en el cielo, que me regala su bello ocaso, aunque mi ánimo sólo pueda ver daño, herida y sangre.

A pesar de todo, mi mirada queda atrapada en esas suaves nubes que cubren parte del cielo, como si persiguieran al difunto día desde la antesala del horizonte. Un zarpazo la divide en dos y hace que sangre al permitir el paso de esos últimos destellos del astro rey. Cielo cubierto, zarpazo, ocaso, sangre… igual que mi día.

Pero algo no encaja, si es igual que mi día… ¿de dónde sale tanta belleza, por qué es tan bonito el espectáculo que tengo ante mis ojos? ¿Acaso me quieres decir que mi día también merece admiración? ¡Anda ya! A ver… ¿Dónde?

Lo cierto es que el zarpazo en la inmaculada nube hace que pueda ver el cielo a través de esa herida… Y a través de ella entran los últimos rayos de luz que le dan ese color tan majestuoso.

¿Y dónde está la majestuosidad del zarpazo terrenal?

Una vez más, la vida me vuelve a colocar en mi sitio y la lección me la he llevado yo. Una vez más, al querer educar a mi hija, es ella la que me educa como padre.

Levanta la mirada y admira su belleza

La sangría nos ha permitido afrontar todas las tareas que teníamos por delante con una calma atípica en casa, como en el instante que sucede al diluvio. Superar esta prueba nos ha hecho crecer, sin duda, siempre se crece. Y que una niña tan pequeña consiga aceptar las consecuencias de su comportamiento tan estoicamente, no hace más que confirmarme la suerte de hija que tengo.

Sin llegar al lustro de existencia, ha sido capaz de entender que la soledad se puede disfrutar, aunque prefiera estar en compañía y que el aburrimiento es un acicate para la imaginación.

Sin duda es un diamante en bruto -“Ya he aprendido a vivir sola, ahora tengo que aprender a vivir en familia”- y espero estar a la altura de las circunstancias y saber pulirlo como se merece -“¿Aceptas ahora mi perdón?”

Hoy el cielo está precioso.

Felicidades, Greta.