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Carolina Díaz Rodríguez

Solita en Cáceres

Los muertos de Pompeya

Normalmente no recuerdo mis experiencias tranquilas, normales y apacibles, sino aquellas que destacan por ser inusuales, insólitas. De mis viajes en bla bla car, por ejemplo, cada vez que hablo del tema recuerdo aquel trayecto de Cáceres a Mérida con un gato defecando a la salida de la ciudad. De cuando fui a Nueva York, me marcaron las zapatillas en las ventanas, y ahora siempre que veo unas, pienso que en esa casa se vende droga, como aprendí en la residencia en la que me alojaba. Y cuando he de recordar experiencias en la playa, sin duda, me viene a la cabeza la cara de una policía inglesa al registrar los bolsos que llevábamos para hacer botellón de Colacao y magdalenas en la arena. Esperaba encontrarse otro tipo de sustancias.

De este fin de semana, no recordaré lo bonita que es Nápoles como algo excepcional, el frío que hace en lo alto del Vesubio o lo bien conservada que está Pompeya. ¿Sabéis que será lo primero que me venga a la cabeza cuando escuche el nombre de esta última ciudad? Muertos.

Ver las figuras humanas petrificadas y solidificadas por la lava volcánica de la erosión del 79 del Vesubio en Pompeya es algo que impresiona mucho, más aún cuando ves que entre la piedra que moldea la figura de los cuerpos se puede apreciar un hueso humano, en la parte de atrás de una pierna, casi pegando al culo, concretamente. Pero no es solo este tipo de recuerdos mortuorios de tantos años el que voy a recordar de mi paso por Pompeya.

Hasta hora, para mí, ver un muerto era un tema tabú. Cuando he ido al tanatorio, nunca me he acercado a ver el cuerpo sin vida del fallecido y me impresionaba la valentía de la gente que sí se atrevía a hacerlo. Sin embargo, el sábado, sin querer, en el Santuario de Pompeya, me equivoqué de sala, y creyendo entrar en una zona más de la iglesia, fui a parar a un velatorio.

Como nunca había visto un muerto ni me imaginaba que allí fuera a haberlo, lo confundí con una estatua, por eso de que hay muchas de santos en la misma posición horizontal representando su entierro. Sin embargo, esta estatua me llamaba la atención porque estaba vestida y estaba realizada a color, en una urna trasparente. Vamos, que estuve a punto de sacarle una foto y todo creyendo que era importante. Menos mal que me avisaron a tiempo de que acababa de ver a mi primer muerto, que si no, hasta me excomulgan por profanación.

Carolina Díaz tiene 19 años, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.

Sobre el autor

Carolina Díaz, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.


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