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San Francisco de Asís
En efecto…
PRUEBA DE FUEGO
… Ahh no me olvidé contar el final de una de mis primeras aventuras, recogida en la entrada de este blog llamada “De vuelta otra vez…”. Aquí sigue…
He de reconocer que fui algo kamikaze aceptando el reto,pero es lo que sucede en estos casos: actúas desde un punto inconsciente sin conocer el riesgo, que asumí.
La noche antes no pude dormir, por la excitación de esta aventura, estaba dispuesto a todo, absorber, aprender, hacer lo posible para terminar lo mejor posible mi misión. Se me estaba ofreciendo en bandeja una oportunidad y no la iba a malgastar de ningún modo.
Empujé la palanca del acelerador hacia delante de la lancha, de repente sentí escalofríos, me alejaba de tierra firme, estaba entrando en el mundo marino de aguas frías con témpanos de hielo, que apenas conocía, ya que era totalmente de “secano”, me estaba introduciendo en un mundo nuevo. Paso a paso y después de varios minutos, miré por última vez al muelle que se iba perdiendo poco a poco, dí un suspiro, y me introduje en lo desconocido.
Fijé la vista hacia delante, en el primer cabo de la abrupta y montañosa costa, iba a ser mi primer objetivo, ya no sería el mismo si regresara sano y salvo de esta prueba.
La tarde antes, después de terminar mis pruebas náuticas consiguiendo un “aprobado” necesario, escuché a Ramón con un tono de aceptación, era suficiente para mí, para dejarme llevar. Vamos al Land Rover! dijo, cogiendo de su mochila un walkie talkie VHF con canales náuticos, y una pequeña pistola de señales. Toma Jose, esto es lo que uso cuando salgo a navegar, si estás en apuros sabes cómo usarla? Ahh, no dispares cerca de los depósitos de combustible en caso de pedir ayuda ehh!! O te verán, pero saltando por los aires. Yo, con toda la cara de novato, afirmé haciendo una pregunta que yo mismo respondí ¿ah sí?…Mirada mitad preocupación y de advertencia por parte de mi maestro de maniobras náuticas…
Esa noche, terminando de echar una mano y cenar algo, seguía mi cabeza con el run-run de la tarde, y pensé: “que demonios…!, no sé utilizar estos trastos (walky y pistola de señales), mejor dejárselos de nuevo en su mochila, le dará mejor uso que yo si llegara el caso”. Además, para mí era todo un honor de quién venían. Yo era un autentico novato y me los tendría que merecer sentencié, por ello busqué el coche, y allí estaba su mochila, y como con una reverencia, se los dejé en el mismo sitio de donde salieron. A esto le pueden llamar inconsciente… o como yo digo…listo para saltar al tren sin casco ni rodilleras.
Y así fue, plegué mi mapa, lo entallé cuidadosamente para que no se volara, entre el compás náutico (brújula) y el parabrisas del barco, dejando la zona visible de mi ruta.
Al poco doblé el primer cabo, famoso por su peligroso escollo cerca de él, observé que apenas se veía, pero al menos no estaba en mi camino. Lo festejé en voz alta con un ¡bien!
A lo lejos, mi siguiente objetivo…el cinturón del Qooqqut, zona frecuente de gigantes icebergs y donde se suele encañonar el viento, haciendo imposible su navegación a veces.
Siguiente paso…
Ahora tocaba pasar por los islotes de la granja de Ipiutaq, donde en los años cincuenta hubo un famoso hundimiento de un carguero militar americano, “S.S. Montrose”, que cargado con criolita (mineral de aluminio), chocó contra un escollo rocoso hundiéndose, debido a la falta de visibilidad por las persistentes nieblas que había en la zona.
Ante la duda sobre si tenía suficiente combustible, retrasé la palanca del acelerador,y paré la embarcación.
En medio de este inmenso fiordo de una profundidad media de 400 metros, y de oscuras aguas, debido a la mezcla de agua dulce con diferente densidad, procedente del espectacular fiordo de Qoopput, y su activo glaciar del mismo nombre, saqué el primer depósito extra de combustible, y allí estaba yo, flotando a la deriva solo. Uff… qué sensación.
La corriente me acercaba sutilmente desde la distancia, a algo que de lejos me era familiar, y que sobresalía de la superficie, era el mástil del castillo de popa (parte trasera de los barcos) de aquel pecio (barco hundido) ¡estremecedor!
Una vez atravesada la zona de congestión por hielo, seguí rumbo entrando en el gigante Ikersuaq Sermilik, y las entradas a sus laberínticos fiordos e islas con niebla baja que tenia aquel día… Mi tesón no desistía, aunque me asaltaron dudas de cuál era al que me tenía que dirigir por la poca visibilidad, ya que no llevaba GPS para orientarme de forma más segura y tranquilizadora.
Confié en mí, pensando “total, tengo un montón de gasolina y comida, para estar dando vueltas por aquí durante horas”.
Después de un rato observando la orografía y comparándola con el mapa, tomé la determinación de apuntar la proa del barco (parte delantera de las embarcaciones) virando al rumbo 330º convencido de ello ¡¡¡¡y allí estaba el fiordo de Qalerallit!!!
Me embargó un enorme llanto de emoción y felicidad: había conseguido llegar solo en mitad de esa niebla, y estos grandes espacios abiertos, con aquella pequeña embarcación.
Con un nudo en la garganta y lágrimas en la cara, continué siempre hacia delante, saboreando el gran momento que estaba viviendo. Bandadas de gaviotas me saludaban al paso, incluso una foca emergió asomándose a la superficie para observarme, sentía más frío en la cara, por estar cada vez más cerca del campo de hielo. Mi sonrisa se hizo mayúscula.
Necesité algún minuto para bajar de la nube en la que me había montado… Cuando arribé a nuestro campamento cerca del hielo, llamado Fletanes, ya estaba el grupo listo para ir a la ruta en el glaciar, y yo era su guía.
De repente me acordé de algo: era mi pequeña libreta, en la que muchos años atrás había ido anotando tantas notas como sueños. Algo estaba haciéndose realidad y cambiando en mi interior…
Continuará…
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