Ya sé que en estos tiempos, cuando tanta gente lo estamos pasando mal, el título que antecede a estas reflexiones puede resultar molesto, por no decir otra cosa, pero ha de ser una llamada a la reflexión para que nos demos cuenta que, en épocas como ésta, hay quienes no solo no lo están pasando mal, sino que esta situación la han convertido en una buena oportunidad de negocio y crecimiento.
Cualquier cacereño o persona que se acerque a Cáceres podrá comprobar que, en estos duros momentos, se está construyendo un gigantesco Mercadona en la carretera de Valencia de Alcántara entre Cáceres y Malpartida, que se acaba de reformar el Carrefour existente no muy lejos del anterior, que está en obras la ampliación del Lidl del Vivero, que se está finalizando un nuevo McDonalds en la Ronda Norte, y otras muchas obras que como ciudadano o bien no conozco o no han llamado mi atención.
Estas mismas circunstancias se están produciendo en otras ciudades de nuestro entorno, y el mejor ejemplo es el nuevo macrocentro comercial El Faro a la entrada de Badajoz desde Elvas inaugurado estos días de atrás con gran alarde mediático.
Evidentemente nada que objetar a que empresas con facturaciones millonarias amplíen su capital aun en periodo de crisis y generen puestos de trabajo en el futuro. Aunque a veces las obras se limitan a colocar edificios prefabricados con ayuda de potentes grúas en explanadas ya creadas, con lo que la mano de obra poco cualificada tiene pocas posibilidades de trabajar, incluso en la fase de obras.
Finalizadas las obras las empresas convocan a bombo y platillo las plazas, generalmente a modo de publicidad, ya que les bastaría acercarse a las oficinas del INEM para disponer de un listado sin fin de posible candidatos.
Muchas de estas convocatorias exigen estudios de Bachillerato a los participantes para tareas que no requieren estos estudios, de hecho no les preguntan qué modalidad de Bachillerato cursaron, aunque si quisieran podrían conseguir licenciados, e incluso doctores para ocupar las plazas de sus convocatorias.
Este verano se han cumplido 5 años desde que diseñé y llevé a cabo con la Unión de Pequeños Agricultores de Extremadura un gigantesco tapiz de frutas, que ocupó la Plaza Mayor de Cáceres durante cuatro días, a la manera del que cada cuatro años se realiza con flores de begonias en la Gran Place de Bruselas. Objetivo: llamar la atención de los ciudadanos sobre el precio que reciben los agricultores por sus magníficos productos, y además en aquel momento sumarnos a la candidatura de Cáceres como Ciudad Europea de la Cultura.
La experiencia me brindó la oportunidad de compartir muchas horas con los agricultores, cooperativistas, transportistas y por supuesto los representes de UPA, creo que aprendimos mucho, yo al menos así lo hice; de todo ello me llamó la atención un comentario que el responsable de una de las grandes empresas nacionales del comercio le había hecho a Lorenzo Ramos, presidente de UPA: “aunque nos regalaseis los melocotones, nosotros no los venderíamos por menos de 60 céntimos”.
Durante mucho tiempo pensé en este comentario y hasta bastante después no lo entendí. En una gran superficie no interesa vender melocotones a 50 céntimos, más del doble que lo que le pagan a los agricultores, que ya está bien, porque los ciudadanos se llevarían bolsas o cajas de estas frutas pero no comprarían las mil y una frutas de fuera de temporada y procedentes de destinos a menudo de allende los mares, expuestas a su lado. A las grandes superficies les interesa vender de todo, y si es posible mucho, y utilizan algunos productos solo como llamada, pero a precios convenientemente estudiados.
No voy a coger un carrito y entrar en una de estas grandes superficies, llenarlo y salir sin pagar, pero sí quisiera que reflexionásemos sobre esta locura que vivimos, y sobre cómo es posible que un español sea considerado como uno de los tres más ricos del mundo, o que una gran superficie de nombre absolutamente machista crezca sin parar, mientras cada día se cierran las tiendas de nuestros pueblos y ciudades, y a nuestros agricultores les imponen condiciones cada vez más duras para vender su productos.