En los charcos intermareales, los erizos de mar excavan huecos tan profundos que se diría que nunca más van a poder salir de ellos.
Las estrellas de mar se esconden entre las grietas de las rocas y las actinias permanecen sujetas, con los tentáculos retraídos, esperando a que suba nuevamente la marea.
En algunas playas, sobre las rocas arrancadas a los acantilados por la acción continua del oleaje se forman los llamados charcos intermareales.
La zona intermareal es la que se encuentra entre la tierra y el mar, quedando sumergida durante la marea alta y emergida durante la marea baja.
El agua que queda atrapada entre las rocas durante la bajamar constituye un hábitat intermitente para algunos seres vivos que se han adaptado perfectamente a las mareas, esos cambios del nivel del mar provocados por la fuerza gravitacional que ejercen el Sol, y principalmente la Luna, sobre la Tierra.
Pequeños camarones transparentes y grupos de peces se ocultan bajo algas de colores pardos y verdes y en el fondo arenoso se pueden ver caracoles de conchas nacaradas en espiral y cangrejos semienterrados.
En ocasiones, una concha vacía de un mejillón yace sobre un erizo, artimaña utilizada por estos equinoideos para tratar de pasar desapercibidos.
Las actinias, también llamadas anémonas de mar por la semejanza con esta flor terrestre, son pólipos marinos con tentáculos urticantes que utilizan para cazar pequeños peces. Como son sésiles, pueden fijarse a las rocas que quedan expuestas a la superficie durante la bajamar. La más común de las actinias de nuestras costas es la llamada “tomate de mar” (Actinia equina) por su semejanza con el color de este fruto. Algunas variedades pueden tener tonos ocres o amarronados.
Algunos crustáceos cirrípedos, como las “bellotas de mar” (Balanus perforatus) también viven fijos a las rocas y en ocasiones son tan abundantes que las cubren casi en su totalidad. Son animales muy extraños, pues siendo crustáceos no se parecen en nada a los cangrejos, por ejemplo, o a las gambas, langostinos o camarones, sino más bien a otros parientes también muy apreciados gastronómicamente y más difíciles de conseguir, los percebes. Las bellotas de mar se alimentan por filtración de partículas de alimento y son inquilinas no solo de las rocas, sino también de las conchas de los mejillones, las quillas de los barcos o la piel de las ballenas.
Bajo las grietas de las rocas de los charcos intermareales quedan expuestas también las populares estrellas de mar. La especie Marthasterias glacialis es muy común, su color es amarillento y tiene el cuerpo cubierto de espículas endurecidas para protegerse del asentamiento de otros organismos como las algas. Es carroñera y carnívora, alimentándose de peces, crustáceos y otros equinodermos como los erizos de mar.
Otras especies colonizan las pozas de marea: mejillones y cangrejos ermitaños, moluscos nudibranquios y esponjas, cochinillas y orejas de mar, lapas, holoturias y gusanos poliquetos.
Los charcos intermareales, auténticos jardines submarinos en superficie, hacen las delicias de los amantes de la naturaleza, sobre todo de aquéllos que buscan en las playas algo más que el calor de la arena bajo las toallas o la mera contemplación, más allá de lo que alcanza la mirada, de un mar azul, brillante e infinito.