No hay más que fijarse, levantar la mirada o bajar la vista, caminar más despacio y prestar atención a lo que suena, se mueve o pasa desapercibido.
La naturaleza nos sorprende en la ciudad en todo momento si sabemos mirar.
A pesar del ruido y las prisas, de los malos humos y de la suciedad, la vida se abre paso en cualquier resquicio.
Los helechos rupícolas del género Cheilantes crecen entre los baldosines si hay humedad, quizás gracias al agua de lluvia que escurre por las paredes y se filtra entre los huecos.
Es curioso cómo nacen también las higueras en las grietas de las paredes de piedra, invadiendo las aceras. Poco futuro les espera a algunas, pues el trasiego de los viandantes no les permitirá crecer demasiado. ¿Cómo llegaron las semillas hasta estos lugares? ¿Quizás los gorriones, que andan siempre de acá para allá, las transportaron en su molleja y luego cayeron con los excrementos sobre una rendija? No es exigente la higuera con el espacio, tan solo necesita un hueco para germinar y ya se encargarán luego las hojas de buscar la luz del sol.
El Ombligo de Venus –Umbilicus rupestris- crece bien sobre muros de piedra, pero si hay suficiente humedad puede hacerlo sobre cualquier otra superficie. Como este invierno ha sido muy húmedo, ha medrado sobre las vigas de las pasarelas.
Los hormigueros de los alcorques parecen pequeños volcanes a punto de ponerse en erupción, con su cráter perfecto vomitando hormigas.
Una araña verde me distrae mientras conduzco. Se ha pegado a la ventanilla del conductor, afortunadamente en el exterior. No es agradable llevar una araña dentro del coche, y menos conduciendo.
Como ha llovido tanto, esta primavera han nacido muchas flores. Algunas más comunes, como las malvas. Otras hacía tiempo que no se veían, como las anémonas.
Los vilanos de las flores compuestas esperan pacientes al viento para echar a volar.
Semillas urbanas, que recorrerán la ciudad en busca de otros lugares en los que germinar.