Ya hablamos tiempo atrás de las monstruosas serpientes hurdanas, entre las que se encontraba la bicha mamona de Martilandrán o la enorme culebra custodia de los tesoros de las cuevas del Risco y de la Peña Merina. Pero el resto de Extremadura también tuvo su momento de gloria sempentiforme.
De hecho, algunas serpientes son tan terribles que no pueden ser obra de la naturaleza, sino del mismo demonio encarnado en la secta de los Alumbrados. En una carta dirigida a Felipe II, Alonso de la Fuente nos habla de este engendro satánico aparecido en 1574 en la Dehesa Nueva:
“En el término de Zafra, apareció una sierpe la más terrible y espantosa que jamás se vido en nuestras Españas.
…Tenía la cabeza como una ternera y los ojos grandes y muy temerosos, la jeta gruesa y contornada, la cola tan gruesa y larga como un madero quinzal, el pecho alto y levantado de la tierra; la cual, con solo el aspecto, ponía tanta grima y temor que las personas que la vieron no tornaban en si en muchos días, atemorizados de la dicha visión. Y aunque la vieron algunos valientes, ninguno osó levantar armas contra ella, ni le pasó por pensamiento sino que luego, turbados y atemorizados, le volvían el rostro y se tenían por fuertes en acertar a huirles.
…Y que luego que vino a Zafra el inquisidor Montoya, desapareció, que jamás la vieron ojos. Dejó manifiestos indicios que no era serpiente terrestre, sino criatura superior y demonio, porque en aquella tierra no se pudo eriar y habiéndose criado, estaba notorio que había de comer; y siendo serpiente, que es animal voracísimo, había menester dos vacas cada un día; y siendo animal tan fiero, hiciera daños terribles. Ninguno hubo, ni faltó vaca ni otro ganado, ni se sintió daño en toda la tierra. Ni se puede entender cómo se criase animal tan fiero en tierra tan hollada y rasa. De lo cual se concluye manifiestamente que fue pronóstico, y muy a propósito, de lo que va descubriendo la Santa Inquisición y de la cosa más grave que se ha visto en la Iglesia. El cual pronóstico, a mi parecer, tiene este misterio: la nueva herejía de los Alumbrados es propiamente doctrina de demonios, en la cual se da y se recibe Satanás por Espíritu Santo.”
También enorme era la conocida como “la Culebra del Fresno”, de más de diez metros de longitud. Se la ve por primera vez a finales del siglo XVIII, a las orillas del río Guadames, en Valle de la Serena. Se le aparece al Tío Hilario y a otro vecino cuando están segando, y comienza a perseguirlos. El perro del tío Hilario despista a la bicha y los asustados lugareños consiguen volver al pueblo y contar lo sucedido. Más tarde, todos los hombres de la localidad realizan una cacería, pero no consiguen dar con el monstruoso reptil.
La culebra es vista varias veces más, pero nunca es cazada. En una finca de una población cercana posteriormente se ve una culebra de iguales características, y así le dan caza y embalsaman su cabeza.
Otra versión afirma que la enorme serpiente tenía caparazón, y que al atardecer engullía el ganado de un pobre pastor en las llamadas Tierras del Moro, en el mencionado Valle de la Serena. Esta vez la serpiente, tras varios intentos fallidos por parte de los vecinos, encuentra su final gracias a que los lugareños envuelven pólvora en una piel de cabra, y al engullirla la bicha explota por los aires como una serpentina.
Afirma el antropólogo Ismael Sanchez que una leyenda parecida se cuenta en Fregenal de la Sierra, en esta ocasión en las proximidades de la Fuente de la Parra.
Otro tipo de serpientes monstruosas son las que alimentamos los humanos cerca de lugares emblemáticos como cuevas o fuentes.
La finca de Zafra está situada en Aldea del Cano, justo en el camino de Albalá , y allí hay una fuente que llamaban la “Fuente de la Sanchita“. Cuentan que por el mil setecientos acudían a la zona los serranos con sus rebaños para aprovechar los pastos de Extremadura. Un año el hijo de un pastor trajo una culebrita a la que llamaba Sanchita. Con guerra de por medio estuvieron dos o tres años sin venir, y el animal creció hasta superar los tres metros.
Por fin regresan los pastores y al llegar al chozo donde dejaron a la culebra la llamaban, pero el animal no salía como había hecho en años anteriores. Entonces el padre decide entrar en el chozo a buscarla, y la bicha se lanza sobre él, envolviéndole el cuerpo con su abrazo mortal y asfixiándolo.
Corre el hijo al pueblo a pedir ayuda y los guardias armados corren al lugar; pero Sanchita se esconde bajo unos canchales y tienen que atar un conejo vivo como cebo. Tres días dicen que aguantó la sierpe sin comer, y cuando al fin sale los guardias, apostados en lo alto de un canchal, disparan todos a la vez matando al animal.
Esta misma historia, en otro lugar, la recoge el antropólogo Ismael Sanchez en Valverde de la Vera, y es la misma que al abate francés H. Breuil le cuenta un pastor en 1916 en Cañamero, en la cueva de Álvarez o Cueva de la Chiquita.
Allí, un cabrerillo llamado Álvarez guardaba su ganado. Un día encuentra una culebrilla a la que llama Chiquita y se dispone a criarla con la leche de sus cabras. Pero pronto es llamado a “servir al rey” en el ejército.
Pasado el tiempo, el cabrero, ya licenciado, regresa a su cueva y llama a “Chiquita”, que se ha convertido en un enorme culebrón más semejante a un dragón que a una serpiente, que al no reconocer a su antiguo amigo, lo asfixia enroscándose en su cuerpo. Y aún afirma el abate Breuil que
“Volviendo a otros detalles que me dio el pastor de Cañamero, ya sin relación directa con el mismo asunto, diré que éste me contó también una leyenda que se conserva, a propósito de un molino arruinado, muy antiguo seguramente, que se ve a unos pocos metros aguas arriba de la cueva y del charco de La Nutria”.
«… para el servicio del mismo se tenía atrás una presa encharcando el arroyo, sucedió que en esta presa se escondió un animal tremendo, como una serpiente, y que todas las personas que se asomaban a la orilla del estanque artificial, perecían. Entonces la gente de la comarca decidió matar al monstruo, para lo que destrozaron el molino, rompieron las murallas que cortaban el curso del agua, y el animal, espantado, acaso herido, tomó la fuga río abajo con tanta fuerza, que desde entonces se nota el rastro de su paso.»
Este “rastro de su paso” aún existe, aunque como afirma el geólogo Juan Gil Montes, son huellas fósiles de trilobites que hicieron creer a los lugareños que las había originado el “monstruo de la pesquera” en su huida. Pero cuando el río suena…