Las ruinas, con su halo de leyenda y misterio, resultan singularmente atrayetes. En su patente decadencia, son portadoras del valor de lo histórico y nos hablan de un pasado irrecuperable. En las ruinas hay mucha autenticidad. Son metáfora de la naturaleza efímera de las cosas, tanto humildes como fastuosas.
Cuando un edificio pierde su utilidad, deja de ser usado y valorado, finalizan los trabajos periódicos de conservación y mantenimiento. El grupo social o la institución que lo construyó y lo usó deja de interesarse por él y lo cierra. Es la obsolescencia del edificio. Así comienza su abandono y con él, su deterioro progresivo, pudiendo llegar hasta la ruina o la total desaparición si no se pone remedio.
En Plasencia ha habido ocasión de contemplar numerosos ejemplos, resueltos con diferente resultado, desde la rehabilitación hasta el más absoluto abandono. Pero hoy no toca hablar de edificios ruinosos (o casi ruinosos) felizmente recuperados, sino de todo lo contrario, de ruinas olvidadas. Son ruinas, que siguen siendo ruinas porque nadie (ni público ni privado) se ha interesado por ellas. Y ahí siguen, deleitándonos con su discreto encanto.
Una de las más bellas ruinas de Plasencia es el Colegio de San Fabián; conocido popularmente como Colegio del Río, por asentarse en su vecindad. Hasta fechas recientes, ha estado semioculta e inaccesible pero, con la apertura del Paseo Fluvial, se ha vuelto más visible. Muchos la descubren ahora y se preguntan qué fue ese bello edificio de elegantes logias de piedra. Pues sí, fue un centro de enseñanza fundado, en manda testamentaria, por Fabián de Monroy, Arcediano de Plasencia y Béjar.
Antes de eso fue su palacio; una Villa de Recreo Renacentista con: jardines diseñados al gusto de la época; fuentes con estatuas de Venus y Cupido, sátiros y ninfas; viñedos, árboles frutales y huerta. Destacaba el cenáculo abovedado y cubierto por plantas trepadoras, “que fue construido sobre el río con artificio admirable” (L. de Toro). En este lugar paradisíaco se reunían intelectuales, artistas y poetas.
En planos antiguos puede verse la magnificencia que tuvo el edificio y restos del arte de jardinería con que se adornaba. Esta ruina es el bello testimonio de un tiempo en que los señores eclesiásticos, hijos segundones de las grandes familias nobiliarias, gozaban de hermosos palacios y vidas principescas, rodeados de arte y cultura; hombres sensibles y cultos que legaron sus bienes para mejorar la vida de los demás. Es bueno que no se pierda su recuerdo, que no desaparezca esta hermosa ruina llena de discreto encanto.