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Manuel Pecellín

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CARTAS DE RODRÍGUEZ-MOÑINO

La “auctoritas” alcanzada por D. Antonio Rodríguez-Moñino (Calzadilla
de los Barros, 1910- Madrid, 1970) fue inmensa y el reconocimiento
entre todos los estudiosos de las letras castellanas, españoles e
hispanistas de todos los países, no ha hecho sino crecer tras su
muerte. Los trabajos del insigne bibliófilo y bibliógrafo (él
prefería la segunda calificación) resultan imprescindibles para los
historiadores en general y muy especialmente los de laliteratura, muy
especialmente la compuesta en nuestra Región, tan amada por él.
Cuanto escribió, para darlo a luz o como correspondencia privada,
ilumina los temas que aborda. Lo hizo con el largo centenar de cartas
– una parcela solo de su muy rico epistolario – reunidas en este
volumen, que aparece merced a los desvelos de José Iglesias Benítez,
Ricardo Hernández Megías y Julia Rodríguez-Moñino Soriano, sobrina
dilecta de aquel gran hombre, quienes suscriben el preliminar. A
ellos se deben también los apuntes biográficos antepuestos para
identificar a los corresponsales y no menos se les hubiesen
agradecido más notas a pie de página que permitiesen descifrar
mejor los numerosos guiños, referencias y alusiones intercambiados.
Se publica como homenaje, un poco tardío, que en el primer centenario
le rinde el Centro de Estudios Extremeños, institución con la que tan
hondas relaciones, no exentas de duras críticas, mantuvo desde su
origen Rodríguez-Moñino.
Son piezas de diferentes extensión (muchas, breves; algunoa, con
bastantes páginas) que, conservadas por diversos familiares, no
pasaron a la Real Academia junto con el inapreciable
archivo-biblioteca de los Moñino-Brey, pero cuyo valor no cabe
ignorar, tanto por el autor como por sus destinatarios, de los que
también se reproducen no pocas contestaciones. Abarcan un amplio
periplo, desde la mitad de los cuarenta de la anterior centuria hasta
la muerte del maestro, sin que falten varias posteriores remitidas a
la viuda, Dª María Brey. La relación de los receptores es abrumadora:
Camilo José Cela (amigo indefectible de D. Antonio), Buero Vallejo,
Luis Rosales, Jorge Guillén, Vallejo, Lázaro Carreter, Emilio Alarcos,
Manuel Gómez Moreno, Antonio Pérez Gómez, Emilio García Gómez, Ramón
Menéndez Pidal, Melchor Fernández Almagro, José María de Cossío,
Pedro Sáinz Rodríguez, Luis Araquistain, Agustín Miralles, Ramón
Carande, Gregorio Marañón, Francisco Rico… mantuvieron relaciones
intelectuales con el extremeño, así como una enjundiosa serie de
hispanistas, encabezada por el gran Marcel Bataillon, quien pronto
lo tuvo por “el príncipe de los bibliógrafos”. A todos, según los
casos, los ilustra, anima o reconviene aquel tan infatigable como
honesto investigador, que también encuentra en esos moldes íntimos
ocasión para defenderse, o al menos desahogarse, de las no escasas
ni débiles enemigas contra él lanzadas.
Algunas de las piezas aquí recogidas son en verdad antológicas.
Recordaré las dos que se intercambian Moñino y Leopoldo Eijo Garay,
obispo de Madrid, a propósito de los intentos de aquél (frustrados
entonces) para ingresar en la Academia. Por no decir la que nuestro
hombre, con un interminable proceso de depuración sobre sus espaldas,
dirigía a Dámaso Alonso, por el que se sintió traicionado (reproducido
facsímil el manuscrito, sin fecha), con párrafos como éstos: “¡Tú,
perseguido por el Régimen! Es para morirse de hilaridad. Está bien
que esos cuentos de miedo se los enjaretes a algún papanatas: a los
que te conocemos, no (…). Tus pequeñas ruindades y traicionejas te las
hemos perdonado los amigos siempre a cuenta de tu indiscutible
talento. Pero erigirlas ahora en normas de moral para juzgar a los
demás, eso no. Es ya mucha frescura eso. No me hagas hablar…” (pp.
73-74).
En estas cartas, notas y postales se percibe en toda su nitidez el
Moñino siempre generoso (v.c., Rafael Lapesa escribe en diciembre de
1964 para devolverle “unos pergaminos del siglo XII que me dejaste
años atrás”), entusiasmado con sus labores, ilustradísimo, mordaz,
exigente, ingenuo, sensible, contertulio amistoso y prosista dotado
de una indefectible voluntad de estilo.

D. Antonio Rodríguez-Moñino, Breve Epistolario de… Badajoz, Centro de
Estudios Extremeños, 2011.

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