EL CALOR DEVASTA LA NOCHE y el ruido de los sueños no le deja dormir. Sueña que se arrastra muerto de sed por el desierto, y cuando al fin vislumbra el espejismo de un oasis, despierta. Tiene la boca seca, la lengua áspera. Se levanta, va a la nevera y bebe de una botella de cristal. El agua está perfecta, fresca pero no fría. Es un placer tan intenso que preferiría asfixiarse antes que renunciar al trasiego del agua en su garganta. Acaba la botella de un trago. Jadea. Obstinado en recuperar el oasis de sus sueños, vuelve a la cama sin darse cuenta de que olvida cerrar la nevera. Se duerme otra vez y al fin, segundo placer de la noche, logra zambullirse en su onírico manantial de agua viva. Desde la cocina, la alarma incesante de la nevera abierta parece clamar en el desierto: ¡Eh, bello durmiente, espabila o en el próximo ataque de sed real no tendrás agua fresca!