Sólo conociendo y aceptando a nuestros hijos como son, de una forma realista, podremos ayudarlos en lo que necesiten.
Continuamos con la pretemporada de padres que ya se va acercando el inicio del curso. En este post me gustaría plantearla necesidad de conocer mejor a nuestros hijos para poder orientarlos mejor en este próximo curso.
Escucho muchas veces a padres decir “yo sí que conozco a mi hijo, no ves que soy su padre/madre”. Yo siempre respondo: “¿Estás seguro de conocerlo de verdad?”.
Existen algunos padres que creen que sus hijos son “unos fuera de serie” en mayor o menor grado, y así se lo trasmiten a sus hijos desde bien pequeños. Son padres que organizan su vida y la vida de sus hijos en función de esta percepción idealizada, padres que van creando una fantasía en la que son incapaces de ver lo que no quieren ver. Padres que ven a sus hijos los más guapos, los de mejor percentil, los más inteligentes, los más educados, y que además se muestran hipercríticos con aquellos que no comparten esa opinión, ya sean profesores o familiares.
Por lo general estos padres, curiosamente, en su vida personal y profesional no son unos “fuera de serie”. Son padres normales, con vidas normales, pero empeñados en creer que sus hijos son excepcionales.
Esta forma de actuar hace que los hijos, o bien se comporten con arrogancia e ignoren sus límites, o bien, se sientan incapaces de satisfacer las expectativas de sus padres con la consiguiente frustración que esto conlleva.
Por otro lado, también hay padres que se no son capaces de ver en sus hijos nada bueno. Son tan exigentes que nunca están satisfechos con lo que hacen sus hijos, y se muetran insaciables e hipercríticos con todo lo que hacen sus vástagos. Estos padres se tienen en tal alta estima que son incapaces de ver el brillo en sus hijos. Quizás estos progenitores fueron malos estudiantes, y no lograron terminar el Bachillerato. Pero ello no les impide crujir a sus hijos con el tema de las notas.
Estos padres generan en los hijos que pierdan la motivación porque, hagan lo que hagan, saben que nunca será suficiente. Crean hijos resentidos y faltos de autoestima.
Ahora yo planteo a los padres y madres: Piensa en tus hijos, ¿realmente los conoces? ¿Sabes cómo son? ¿Son como nosotros deseamos que sean? ¿O son cómo nosotros nos empeñamos en verlos?
Recuerdo una conversación con un adolescente, de la rama de los modorros, que me decía con tristeza y demasiada rabia que el día que descubrió que era un “tipo normal” le dijo a sus padres que porqué le habían engañado, por qué le habían tratado como si fuera un ser especial, que si no era suficiente ser lo que él era para que lo aceptaran y lo quisieran. Y todo este problema era porque sus padres no lo conocían realmente y le trataban como si fuera otro.
Estrategia para conocer a nuestros hijos
Primero, para conocer a nuestros hijos hay que ser realistas, mirar a nuestros hijos con los cinco sentidos, y no solo con nuestro corazón.
En segundo lugar, tenemos que aceptar que nuestros hijos tienen sus virtudes y pero también sus defectos, curiosamente como los tenemos todos los padres y madres.
Y después de haber mirado bien, y de haber aceptado todos los lados del prisma, los bonitos y los feos, debemos profundizar en ese conocimiento de nuestros hijos. Para ello tenemos que preguntar e interesarnos por él en otros escenarios en los que crece, hablando con sus profesores, hablando con nuestra familia, hablando con los padres de sus amigos, con sus amigos.
Y cuando descubras que tus hijos cometen errores, como nosotros, es cuando te darás cuenta que en esos momentos es cuando más nos necesitan. Conociendo a nuestros hijos de forma realista es no tener más planes para ellos que el de acompañarles, guiarles, orientarles y animarles todo lo que podamos..
En cambio, convertir a nuestros niños en nuestras “ilusiones” es una estupenda manera de no disfrutar de nuestros verdaderos hijos, de no disfrutar de nuestra tarea de ser y ejercer de padres. Hacer de los hijos nuestras “ilusiones” es abrir la puerta a la frustración, al rencor, y al desaliento. Privaremos a nuestros hijos de la posibilidad de protagonizar su propia vida.
A mí me gustaría que mis hijos fueran capaces de vivir la vida que quieren vivir, con quienes ellos decidan vivirla, y en donde les apetezca vivir. Y a mis 55 años mi propósito es seguir siendo un padre normalito que intenta seguir educando a sus hijos ya mayorcitos con los ojos abiertos.
Y mis ilusiones, las mías, me las guardo para mí, que tengo miles.