Abre los ojos , no mires hacia los lados y educa.
Y si en vez de empeñarnos en ser los garantes de la felicidad de nuestros hijos nos propusiéramos enseñarles a vivir afrontando lo (bueno y malo) que venga.
Y si nos dedicamos a ser padres y madres de nuestros hijos en vez de querer ser sus maestros, sus guardianes, sus jueces, sus forofos, sus sufridores, sus defensores, sus fiscales, sus amigos, etc.
Y si nos dedicamos a intentar ser el mejor ejemplo de lo que hay que hacer correctamente y el mejor ejemplo de cómo actuar cuando uno se equivoca.
Y si nos dedicamos a confiar más en nuestro talento como padres y madres que en asustarnos con el comportamiento de nuestros hijos.
Y si comparamos menos a nuestros hijos y los aceptamos más como son.
Y si abrimos los ojos para verlos de verdad en vez de mirar para otro lado.
Y si a educar lo consideramos más valioso que cansino.
Y si tratamos a nuestros hijos como hijos y no como proyectos.
Y si entendemos que los niños sufren, sienten, que los adolescentes sufren y sienten y que lo hacen con la misma intensidad que sufren y sienten los adultos.
Y si nos dejáramos de ser tan ñoños.
Y si disfrutar de los hijos fuera disfrutar de la educación que les damos a los hijos.
Y si a amar a los hijos se le llamara educar.
Y si dejamos que cada uno sea protagonista de su vida, los padres de la suya, los hijos de la suya y los demás de la suya.
Y si hacemos un poco más humano esto de educar. Equivocarse es de humanos.
Y si transmitimos a nuestros hijos hasta dónde llega nuestra convicción en educarlos.
Y si digo, una y otra vez: “pues no te voy a dejar, no pienso arrojar la toalla”.
Y si confío. En mí. En mis hijos.
Y si lo estoy haciendo bien y nadie me lo dice.
¿Educas? Lo sé, no es sencillo. Pero el tiempo pasa rápido. Tú y sólo tú decides el papel que quieres jugar.
Abre los ojos y sigue educando.