Papá, mamá, ¿Cuándo me vais a dar una paga?, preguntó Rosa, 11 años recién estrenados, mochila colgando y tono de “aquí llega la revolución”. ¿Una paga? ¡Tú no estás buena!, le soltó su padre sin despeinarse. Rosita, camino de ofenderse en modo adolescente principiante, contraatacó: Pues a mi amiga Luli le dan 3 euros todas las semanas.
Mamá entró en escena: ¿Y para qué quieres tú 3 euros? Pues para mis cosas respondió Rosa, subidita de tono. Y ahí quedó la cosa… de momento.

Pero los padres se quedaron pensando: ¿Es bueno dar paga? ¿No es bueno? ¿La paga se gana o se regala?
Como toda familia moderna que se precie, hicieron lo que dicta el protocolo mundial de crianza: consultar al Sr. Google. Teclearon: “¿Necesitan paga los niños?” Y en 0,35 segundo el orientador Google les regaló 10.500.000 respuestas. Esta será la 10.500.001. De nada.
Hay padres que, cuando alguien menciona la paga, ponen cara de haber chupado un limón: “¡Lo que faltaba! ¡Encima darles dinero!”. Como si una paga fuera una invitación directa a criar a un pequeño magnate del mal. Pero, querido padre, querida madre indignada: la paga ya existe, solo que, en vez de semanal, va en versión “a demanda” y en formato rendimientos en especie: Chuches por sorpresa, deportivas que valen lo que un electrodoméstico, móvil, cine con palomitas y refresco XXL, videojuegos (porque “estaba rebajado, papá, solo 59 euros”). Todo esto también es paga. Pero camuflada.
La cuestión no es dar paga o no dar paga. La cuestión es educar en el valor del dinero.
La paga, cuando se usa con cabeza, enseña:
Que el dinero no cae del cielo.
Que hay que priorizar (¿unas chuches hoy o ahorrar para ese juego?)
A postergar deseos (sí, eso que tanto cuesta)
A distinguir entre querer y poder
Que el amor no se mide en euros: amar es gratis (aunque ellos a veces parezcan inspectores de Hacienda afectivos: “cuanto más me das, más me quieres”)
Los hijos aprenden mucho con lo que ven. Si en el súper ven que comparamos precios, que pensamos antes de meter cosas en el carrito, que no siempre compramos lo “mola-mucho-pero-no-necesito”, están recibiendo la mejor masterclass de economía doméstica gratis.
Educar es esto: mostrar, hablar, explicar, repetir… y respirar hondo.
Lo importante no es el método. Es el mensaje: El dinero vale, pero no lo es todo. Aprende a usarlo y no dejes que te use. Crea valor. Transmite valor.
Y recuerda: educar cuesta, sí. Pero no siempre en euros.