Cuando la luz indecisa del atardecer difumina todo el paisaje. Y el sol ya se ha ocultado, pero la noche aún no se ha adueñado de la tierra. Es entonces cuando se genera una frontera lumínica que los franceses denominan: “entre perro y lobo” ( aunque para este relato tal vez sería mejor decir entre “gato y lince” ).
Pues bien, precisamente andaba yo caminado en esa divisoria del día. Cuando, agotado, me paré un instante a beber de mi vieja cantimplora. Me eché a un lado del camino buscando el amparo de los árboles; -bueno y también el poder apoyarme en ellos -. Tras el primer sorbo, según bajaba la cantimplora, me percaté que no muy lejos de mí, una silueta que yo nunca antes había visto en plena naturaleza, caminaba despacio-grácil-, enarbolando una cola “mocha”, unas patas traseras largas, una cabeza con barbas y unas orejas pinceladas y atentas. Ni la grama que pisaba sonaba. Mi corazón que es un músculo demasiado vehemente gritaba que aquello era un lince: –Sí señor, estoy viendo un lince! – !!!oehh, oehh, oehh…¡¡¡. Mi cerebro, que es un órgano más neuronal me pedía tranquilidad y sosiego. Vamos, que no empezase a alucinar. Con mi mano libre, ya que aún mantenía sujeta la cantimplora, intenté agarrar mis antiguos prismático rusos de 8×30, y como pude, enfoqué. No quería hacer ningún ruido, casi no respiraba. Haciendo malabares, logré pillarle. Y, él a mí también, en un suspiro, con un salto, le perdí de mi ocular, de mi visual, y de aquel lugar. Le engulló el matorral.
Durante unos segundos, mientras admiraba aquel animal, sentí una extraña sensación anímica: por una parte excitación, emoción, palpitaciones….;”como abobao” diría mi madre con rotundidad y sabiduría médica. Hoy muchos años después leo que, aquello que me ocurrió viendo el lince, es un cuadro clínico definido que se denomina el “Síndrome de Stendhal”, que en resumidas cuentas no es otra cosas que una situación anímica que se produce al observar obras de gran belleza. Un hartazgo de hermosura como la que me regaló aquel sublime animal. Y está bien hablar de este síndrome, porque dentro de muy poco las autoridades extremeñas tendrán que poner carteles avisando: que este territorio es susceptible de generar los síntomas del “síndrome de Stendhal”. Razones son muchas: por la singularidad de sus paisajes, la belleza de sus atardeceres, la diversidad de sus aves; y ahora la presencia de un “tigre pequeño”.Quién sabe, es probable que dentro de unos años tengamos lista de espera para “el turista de linces”. Todo es posible.
Y para conseguir recuperar esta especie, que ya vivió en Extremadura, tenemos que asegurarnos que se adapten y se reproduzcan y así sacarlo de esa “vitrina del museo de la extinción”. Según la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza), para que una especie comience a salir de la lista roja, hay que asegurar unas 50 hembras reproductoras en su hábitat; que se mantengan y aumente esa población .
En Extremadura los datos oficiales nos dicen que desde hace más de tres décadas nuestra población de lince ibérico se extinguió. No pudiéndose corroborar, durante todo este tiempo de la existencia de ellos. Sí es cierto, que existen citas oficiosas, y esporádicas, relatando la visión de este carnívoro. -A veces, el no tener evidencia de algo no quiere decir que no exista. El que no se vea, no quiere decir que no esté. Pero vamos, esa es otra “dehesa” donde no vamos a entrar ahora-.
En Extremadura al “Lynx pardinus” se le llamaba: el lobo o gato cerval y también el gato clavo. Y aunque hoy tienen nombres propios que empiezan por K ( menos uno que empieza por J), genéricamente se le denomina lince ibérico. Pues, bien, ocho de estos felinos están deambulando ahora por tierras extremeñas con “elegantes collares” que permiten ir emitiendo y conocer dónde andan y qué hacen.
Toda una gran noticia que bien requiere difundirla por todos los medios. Sobre todo darla a conocer a la sociedad en general y a la extremeña en particular, para que todos seamos conscientes de la necesidad e importancia de mimar y conservar el lince. La administración está haciendo un gran trabajo, pero estos linces “extremeños” necesitan muy mucho de nosotros para que salgan a adelante. Y este es el mensaje que hay que transmitir.
Una fase importantísima ya se ha realizado: la reintroducción en la Naturaleza: de donde nunca tendrían que haber salido. Ahora, los linces, están desconcertados en sus nuevos lares. Una vez que se sueltan, se ubican , y exploran minuciosamente el entono. Para ellos es un cambio importante, y pasarán varios días hasta asentarse como territoriales, como dueños y señores de su feudo. Tenemos noticias que algunos de ellos empiezan a tomar posesión de su territorio y que no dudan en compartirlo. Y de paso ligar. Que de eso se trata, que haya mucho amor y reproducción.
Si buscamos la palabra amenazado en el diccionario es probable que veamos la foto de un lince como definición. Lamentablemente es así. La modificación de su hábitats, los cambios de cultivos, su especialización en cazar conejos ( lagomorfos que han sufrido enfermedades que han diezmado su población. Y esto ha generado, que si el conejo falla, él- el lince- también.)
Si a esta lista le añadimos las causas que más me enervan como, la muerte provocada por furtivos, por los cepos, los lazos y las artes ilegales. Entonces esto sigue corroborando la necesidad de una pedagogía ambiental social.
Sin olvidarnos, claro está, de los atropellos que también son parte de esta relación de causas que provocan que la mitad de los animales soltados no sobrevivan. Es, por tanto, apremiante un gran esfuerzo, y una ilusión colectiva para sensibilizarnos que tenemos linces en “casa”, y que se requiere de nuestra atención y cuidado para protegerlos.
Que toda la sociedad extremeña se involucre en su conservación y estén orgullosos de poseerlos: cuando algo lo hacemos nuestro lo queremos más. Todos debemos ser conocedores que hemos conseguido que una especie desaparecida, “vuelva a la vida”, a nuestros ecosistemas. Y que su presencia revaloriza mucho más esta región. Desde los núcleos urbanos hasta las zonas rurales todos tenemos que empatizar con el lince y atalantarnos con la idea de que el gato clavo vuelva a caminar por Extremadura.